Lo que cuenta en las sociedades son los pueblos, no las elites, no los Estados, no las oligarquías. Debatir quien tiene razón en la guerra de Ucrania, si el par Rusia-China o el bloque EEUU-UE-OTAN-Estado Ucraniano, es un ejercicio absurdo, además de reaccionario. Estamos con todos los pueblos del mundo, el ruso y el chino, el estadunidense, los pueblos de Europa y el pueblo ucraniano. Y por eso mismo estamos en contra de todos los poderes, contra todas las tiranías, sean fascistas o parlamentaristas.
Quien dice pueblos dice revolución. Y en todas las circunstancias hay que fijar una estrategia para que los pueblos se alcen en revolución. Máxime en las guerras imperialistas, cuando el enfrentamiento entre Estados (en este caso el Estado ruso contra el Estado ucraniano) lleva a armar a los pueblos, a los asalariados, a los trabajadores, de manera que éstos pueden volver las armas contra sus propios dominadores y hacer la revolución en su país.
Entre nosotros, los reaccionarios de toda naturaleza “olvidan” a los pueblos. No son capaces de pensar más que en términos de poder, de Estado y de capitalismo. Y se ponen a disputar acerca de cuál Estado es mejor y cuál capitalismo es el más apropiado…
Por eso se unen todos en la consiga ñoña, servil y procapitalista, del “No a la guerra”. Ahí coincide la extrema izquierda totalitaria, que se mueve alrededor del PSOE, y la extrema derecha conspiracionista, que gira en torno a Vox. Esgrimir eso es negar la revolución, que sin duda existe ya como posibilidad, pues el pueblo ucraniano, ahora que está armado por su Estado, tiene que pensar e idear realizar allí, en Ucrania, una revolución popular integral.
En dos etapas. Primero, ha de declarar al imperialismo ruso invasor el enemigo principal, derrotarle y expulsarle de Ucrania. Después, ha de volver las armas contra su propia clase explotadora y totalitaria, contra el propio capitalismo, contra Zelenski y sus amigos.
Similarmente, el pueblo ruso debe atenerse a la consigna “Guerra a la guerra”, elevar la lucha popular en la calle contra el podrido Estado ruso, heredero del de los zares y del de los marxistas-fascistas, hasta derribarlo. Tiene que instaurar en su lugar un sistema de democracia directa sustentado en asambleas, en el derecho consuetudinario y el armamento general del pueblo, sustituyendo al monstruoso grancapitalismo de Rusia por un orden económico comunal. Ya hay miles de encarcelados por la oligarquía rusa belicista y militarista. Ella es la principal culpable, no sólo el malvado y fascista Putin.
El pacifismo burgués y el “antimilitarismo” estatista y procapitalista, con el “No a la guerra”, protegen y defienden al agresor ruso, y además niegan toda perspectiva revolucionaria popular como salida al baño de sangre. Esa consigna es reaccionaria porque propone una “paz” que deje todo como estaba antes del comienzo de la contienda, o sea, al capitalismo ruso intacto, lo mismo que al capitalismo ucraniano. A la caverna pacifista lo que realmente le preocupa es la revolución, pues la odia y la teme, por eso no llama a los pueblos atrapados por la guerra a volver las armas contra sus propias élites, que son las causantes de la guerra. A dicha caverna nada le importa que los matones rusos fascistas sueñen con aniquilar la cultura y la lengua ucraniana…
En los tiempos tan revueltos en que estamos, y que lo serán cada vez más, se sucederán las guerras entre Estados y grupos de Estado, porque la disputa por la hegemonía a escala planetaria ha de ser cada vez más aguda y grave. Por eso el conspiracionismo que parlotea sobre “el nuevo orden mundial”[1] no entiende que lo que viene, en su perspectiva estratégica, es conflictos cada vez más agudos y numerosos entre las grandes potencias, por medio de países interpuestos. O incluso directamente.
Ahora China pelea contra el imperialismo occidental usando a Rusia, fuerte en lo militar pero débil en lo económico, y EEUU-UE atacan a China valiéndose de Ucrania. La guerra de Siria la perdió el neocolonialismo occidental y la ganó Rusia, ahora aquél espera desquitarse e infringir a China un golpe demoledor en Rusia, debilitando a ésta al máximo, con el fin de que se convierta en una carga gigantesca para China, carga en algún momento del futuro imposible de sobrellevar por ese monstruo de maldad y horror que el imperialismo marxista-fascista chino.
Los mentecatos del “No a la guerra” son incluso peores que los institucionalistas memos y abyectos del “Apoyar a Ucrania”. No comprenden que el sistema actual se está desmoronando y que la revolución ya está dejando de ser una entelequia para ir madurando como algo real, no todavía del presente pero ya de un futuro no tan lejano. Y que por eso hay que prepararla desde ahora. Quizá la lectura de mi libro, “Autoaniquilación. El hundimiento de las sociedades de la última modernidad”, pensado y escrito en clave hegeliana, rigurosamente filosófica, les haga recapacitar. Quien sabe, porque son tan incultos, tanto, que…
[1] La formulación “nuevo orden mundial” es la versión modernizada de la “conspiración judeo-masónica” de los nazis y de Franco. Según el conspiracionismo neonazi, son los judíos y los masones los que quieren un sistema mundial unificado, un nuevo orden. Quienes tal cosa argumentan, además de nuevos nazis, son unos lerdos totales, pues lo que caracteriza al mundo en el presente es la división entre Estados y potencias imperialistas, que pelean a muerte por la hegemonía mundial. No sólo China y EEUU, sino también Rusia, la UE y Japón, sin olvidar a las nuevas potencias imperialistas emergentes, India, Brasil, Sudáfrica, el imperialismo musulmán del petrodólar, Australia y alguno más. Hoy estamos ante el ascenso de la derecha y la extrema derecha, lo que ha de llevar a quienes somos antifascistas a unirnos contra ella, contra Vox, los neonazis clásicos, los nuevos neonazis, los jefes del conspiracionismo. Toda esta patulea se ha convertido en el enemigo principal de la revolución integral. A esos, a los jerarcas de la cosa, les hago llegar un mensaje, que digan la verdad sobre lo que son, que “salgan del armario”, que no engañen a sus seguidores, que se pongan en público la camisa azul del falangismo o la marrón de los nazis.