La próxima introducción del “euro digital” por el Banco Central Europeo centuplica la amenaza al dinero en efectivo, billetes y monedas. Es un avance importante de la letalidad del dinero, en tanto que instrumento del poder del Estado (en este caso del Estado europeo en construcción, el de “la nación europea”), herramienta básica del capitalismo, causa decisiva de inmoralidad y ampliación del parasitismo del vigente sistema económico.
El dinero estatal comenzó con la acuñación de moneda metálica por los Estados nacientes, para pagar su aparato militar y explotar fiscalmente a sus sometidos, hace milenios. En el siglo XVIII deriva en papel moneda, en dinero fiduciario, que carece de valor intrínseco y que debe ser admitido por “fe en la solvencia del Estado” (eso significa fiduciario), esto es, por imposición institucional. Éste fue un progreso notorio en la degradación del dinero, y ahora, con las monedas digitales, tenemos la culminación de tal tendencia, quedando aquél reducido a simple signos numéricos, inmateriales e impalpables, que manejan absolutamente los bancos centrales, por tanto, los entes estatales.
Sobre el dinero, su naturaleza. significación y orígenes, se dicen muchas majaderías maliciosas, comenzando con que su principal función y la causa de su existencia es favorecer el intercambio, servir al quehacer comercial, cuando en lo importante resulta del poder de las minorías perversas constituidas en grupo de autoridad que desea ser absoluta, los Estados, y su principal fin es explotar con los impuestos al pueblo y pagar los aparatos de coerción y guerra, los ejércitos. En mi “Manual para una revolución integral comunal”, trato extensamente de ello, refutando la patrañera interpretación comercialista[1].
¿Quién gana con la imposición de las monedas electrónicas, del “euro digital”? Los entes estatales y los bancos, el capitalismo financiero. ¿Quién pierde? Las clases asalariadas y trabajadoras, a las que se despoja de la libertad de poseer el dinero a su albedrio, como realidad física que mantener apropiada e incluso ocultada, fuera del alcance de los bancos y del fisco.
Los males del dinero estatal digital son muchos. Con él todos los pagos han de hacerse por medio de un tercero bastante indeseable, el ente financiero donde están registrados los signos numéricos a que queda reducido el dinero. El control institucional sobre el individuo, policial, financiero y fiscal, se multiplica, al resultar conocido todo lo que realiza en el ámbito comercial, situación que reduce aún más las libertades individuales y la privacidad. La subordinación a la tecnología se hace mayor, convirtiendo en obligatorio y universal el uso de tarjetas y móviles. El consumo energético se amplía con ello, poniendo en evidencia lo hipócrita de los llamamientos gubernamentales a “reducir la huella de carbono” y similares cantinelas. El individuo queda inerme ante la voluntad expropiadora y confiscatoria de los Estados, que pueden apoderarse cuando lo deseen (por ejemplo, en caso de guerra) de una parte importante e incluso de la totalidad de sus ahorros. El parasitismo del sistema da un salto adelante, pues el espionaje integral a que es sometida la persona hoy exige muchos medios y muchos recursos, materiales y humanos para efectuarse, multiplicando la improductividad.
Está, además, la perversa voluntad institucional de poner fin a la “economía sumergida”, que es quizá un 30% del PIB, la cual se escapa al control de los Estados y sus filibusteras agencias tributarias y no se realiza en el sistema financiero, todo lo cual alienta, en efecto, la constitución de las monedas electrónicas. Aquella forma de economía es esencial para la supervivencia de muchas personas modestas y un valladar contra la codicia infinita de los aparatos estatales.
Así pues, hay que oponerse al dinero digital, al “euro digital”, criticando a los modernosos que, frívolamente o no, perciben en ello un “avance”, un modo más “cómodo” de efectuar pagos[2]. Es en los países más totalitarios y tremebundos donde el uso del dinero digital se ha impuesto, por ejemplo, en la China marxista, fascista e hiper capitalista. En Europa son los escandinavos quienes están a la cabeza de tal nocividad, debido a su naturaleza de sociedades de rebaño, sin cultura propia ni ética ni valores, sin amor por la libertad ni calidad congénita de la persona.
Todo el dinero estatal, y en todas sus formas, será eliminado por la revolución integral, el acuñado, el fiduciario o en billetes y el digital. En la economía comunal se usará el dinero natural, con valor intrínseco y no atesorable, las monedas de cuenta, puramente inmateriales, el tiempo de trabajo como unidad de intercambio (éste, sobre todo) y otros sistemas monetarios propios de una sociedad libre. Pero, mejor aún, al restablecer el principio de “a cada cual según sus necesidades y de cada cual conforme a sus capacidades”, se asestará un golpe decisivo al manejo del dinero, incluido el dinero natural, que quedará reducido a un componente secundario de la vida social.
Con ellos seremos más libres, más morales y mejores convivencialmente, y además más florecientes económicamente. Así habremos acabado con la base objetiva del vicio de la codicia, causa de una parte principal de los delitos, los crímenes y las guerras.
El dinero es un mal y desearlo es incurrir en maldad. No hace al individuo “más libre” sino más esclavo, inmoral, abyecto y degenerado. Al vivir en una sociedad brutalmente monetizada tenemos que utilizarlo, contra nuestra voluntad, pues no hay libertad para no hacerlo. Pero cuando nos valemos del dinero, cuando lo manejamos, lo hacemos con la lucidez suficiente, sabiendo de su peligrosidad y malignidad.
[1] También me ocupo en dicho Manual de lo más novedoso en este campo, las criptomonedas, presentadas a veces como “dinero libre”, toda una entelequia distópica, pues en las actuales sociedades no-libres sólo con un esfuerzo y sacrificio enormes puede existir algo que sea libre, y eso a pequeña escala. Surgidas en el marco de la guerra monetaria entre las superpotencias, EEUU y China, forman parte de ella, como procedimiento para acosar al dólar desde una clandestinidad que hoy se ha esfumado casi del todo. Que el Estado USA ya las esté utilizando, lo mismo que otros entes estatales y diversas grandes firmas empresariales, las pone en evidencia y refuta a sus apologetas.
[2] No está demás aclarar que hoy es ilegal no admitir pagos en efectivo, de manera que carteles como “Solo con tarjeta” van contra la legislación vigente.