En la formación social actual la inespiritualidad tiene una de sus manifestaciones en la incomprensión y repudio de lo material. El zafio fisiologismo y el chabacano pancismo que se han enseñoreado de nuestro mundo son inhábiles para percibir lo que la materia es en tanto que substancia y fundamento.
Por eso la obra pictórica de Luis Meléndez (1716-1780) posee una importancia singular, debido a que muestra la grandeza de la materia, del componente último de las cosas. Su genialidad otorga a las realidades más humildes pero más fundamentales esencialidad y magnificencia.
Meléndez vivió pobremente y murió en la miseria, pues rehuyó la pintura, adoctrinadora y grandilocuente, de reyes, aristócratas, adinerados o príncipes de la iglesia. Su obra es escasa, un fastuoso Autorretrato y poco más, aparte de los 44 bodegones que le han hecho universalmente admirado, compuestos en 1759-1774.
Son cuadros de pequeño formato, que las mentes frívolas y superficiales consideran sólo buenos para emperifollar salas de inferior significación. Pero Meléndez, en sus bodegones, no pinta sin más los objetos de la cotidianidad: pan, frutas, queso, cuencos, cestas, barriletes, meleros, botellas, verduras, mariposas, chocolateras, perdices, huevos, peroles, rajas de salmón, pucheros y varias más, pues muestra la esencia común a todas ellos, plasmando la materia, lo material y la materialidad.
Su técnica pictórica no es realista. Al contrario, ahonda en la esencia de cada cosa, resalta y potencia lo que es primordial en él, mostrando la materia en su trascendencia. No copia la realidad, no pinta un pedazo de pan particular sino el pan en tanto que entidad combinada y múltiple, alimenticia y genésica, gustativa, olorosa, crujidora y visual. Lo mismo consigue con todo lo que representa. De ese modo convierte lo cotidiano en sublime. Y al revelar con una excelsitud tan estremecedora las realidades más usuales nos lleva a amarlas.
Meléndez erotiza las cosas. Nos deslumbra con su belleza, épica y grandeza.
Nos enseña a sentir por y con ellas emoción y respeto, afecto y pasión. Nos hace seres que viven con las cosas y no solamente gracias a ellas. En sus bodegones el utilitarismo es refutado pues las viandas y elementos auxiliares se elevan a la categoría de objetos magníficos. Al alimentarnos con aquéllas incorporamos la grandeza de lo existente, la excelencia de lo material. Con Meléndez los objetos primarios, lo corporal universal, se hacen espíritu, y el espíritu se manifiesta como cotidianidad transcendida.
Ese modo transfigurado y enaltecido de percibir lo material es imprescindible para mejorarnos como seres humanos. La sociedad de consumo nos fuerza a considerar los objetos -ahora mercancías- de un modo perverso, a arrojarlos nada más comprados, por tanto, a odiarlos en actos. Ese uso perverso es facilitado por su fealdad y falta de calidad, consecuencia de la producción asalariada y tecnificada.
Pagar su precio es el inicio del aborrecimiento por ellos, del maltrato y del desprecio, del echarlos al vertedero, lo que es necesario para volver a realizar un nuevo acto de compra. Por eso la sociedad de consumo es un orden asentado en la enemistad hacia lo material, en la falta de consideración por las cosas que son al mismo tiempo cosas y productos del trabajo humano, con lo cual la ojeriza y desamor son dobles, hacia el mundo material y hacia los otros.
Para establecer un orden del amor necesitamos transfigurar las cosas, como hace Meléndez, y elevarnos a nosotros mismos sobre la incomprensión y destructividad usuales en la relación con ellas. Para re-civilizar una sociedad en agonía se hace necesario reformular la relación con las cosas tanto como la relación con los otros, con la sociedad y con nosotros mismos.
Con Meléndez refutamos a Platón, negando que el cuerpo, lo material, sea la tumba del espíritu. Antes al contrario, es una de sus más magnificas expresiones. Somos seres corporales y, por tanto, seres espirituales.
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Esto es como el individuo, está bien recalcar la individualidad de cada uno pero está mal el individualismo. Lo mismo pasa con la materialidad y el materialismo
Lo que me queda claro es que no ha estudiado Historia del Arte ni por el forro, y no entiendo muy bien qué adelanta poniéndolo por escrito.
¿Entonces hay que pasar por esa lavadora de cerebros que es el sistema educativo para poder opinar sobre arte?