La personalidad autónoma y soberana, dueña de sí y libre, es inherente a la parte positiva de la cultura occidental. No aparece en otras formaciones culturales, donde el individuo carece de existencia y entidad como tal, siendo meramente una criatura que se somete al grupo y a la sociedad, o peor aún, al Estado y a Dios (esto es, al clero que dice obrar y hablar en su nombre).
En oposición a estas concepciones sobre la nadificación deseada del yo, la porción mejor de la cosmovisión occidental establece una benéfica relación entre individuo y comunidad, en la que el sujeto es social, fraternal, colectivista y solidario a la vez que la sociedad permite, favorece y salvaguarda la libertad y mismidad de la persona. Sus frutos son, o pueden ser, un sujeto superior y una sociedad mejor organizada.
De ahí proviene una concepción compleja, poliédrica y dinámica del sujeto, que a menudo se expresa en una formulación, numerosas veces repetida, que exhorta a construirse como ser humano según el criterio de “iluminar la inteligencia, avivar la sensibilidad y fortificar la voluntad”. En esas diez palabras está contenida una sapiencia ancestral profundísima, cuya meta no es tanto la comprensión pasiva y contemplativa de lo que la persona debe ser sino su realización práctica y activa, su conversión en vivencias edificativas y vigorizantes del yo.
En efecto, estamos ante un saber transformador, que demanda ser realizado, no ante blablablá y lucubraciones.
Quien considere atinada tal formulación ha de realizar un esfuerzo interior metódico y permanente, destinado a edificarse como ser inteligente, sensible y con voluntad. Un sujeto en primer lugar con inteligencia para aprehender lo real, y para transformarlo desde su conocimiento objetivo. La inteligencia se dirige a proporcionar el gran valor de la verdad, de los criterios para la modificación positiva del mundo, la sociedad y uno mismo y de la enunciación del bien moral.
Pero la noción de sujeto autocreado no es intelectualista, mucho menos racionalista. Al lado de la inteligencia sitúa la sensibilidad, pues el ser humano es tan sensitivo como reflexivo. Experimenta emociones, pulsiones y pasiones, se recrea con la belleza y la sublimidad tanto como con la verdad y el saber, no renuncia a la intuición y a las otras formas sutiles o etéreas de la conciencia y se vale de todos los modos concretos de las vivencias psíquicas. En la unidad entre lo intelectivo y lo emotivo, unidad que es al mismo tiempo oposición, reside una de las claves de la más deseable concepción de la persona.
Además está la voluntad. Porque no basta con comprender y sentir, hay que considerar la función del escoger, del libre albedrío, y lo que es incluso más substancial, tener vigor interior para persistir en el logro de las metas fijadas, contra todos los inconvenientes y a pesar de todos los dolores. Saber vencerse a sí mismo, fortalecer la fuerza de la voluntad, admitir como fundamentales bienes del espíritu el esfuerzo, el sacrificio, el deber, el honor, la valentía y al dolor, por mor de causas superiores y no por interés particular, son componentes perentorios de una personalidad bien construida.
Ese sujeto pensante, sintiente y fuerte es un gran logro civilizatorio.
Pero se necesita sumar otras categorías a la anterior trilogía, en sí misma insuficiente. La persona, además, ha de autocrearse como ser sociable. Debe ser afectuosa con sus iguales por convicción interior, considerando al amor muchísimo más que una emoción, en primer lugar un norma que ordena la propia conducta hacia el olvido de sí, la apertura al otro, la generosidad, la superación de la cárcel del ego, el espíritu de servicio, el universalismo y la magnanimidad. De las tres nociones decisivas que organizan lo humano y al ser humano, verdad, amor y libertad, se puede decir que son esencialmente hiper-complejas e inagotables, por tanto muy dificultosas de ir comprendiendo e ir diciendo aunque forman parte de nuestra existencia individual-colectiva segundo a segundo. Por eso dejaremos la cuestión así planteada, para posteriores ampliaciones. De todas ellas la más enrevesada es, probablemente, la del amor.
Pensamiento, sentimiento, voluntad y pasión convivencial ya se aproximan mucho a una percepción más completa del ser humano. Falta el vigor físico autocreado. Somos mamíferos, un tipo peculiar de ellos, somos animales, una especie como otras en lo somático. Mejorarnos como corporeidad, construirnos un cuerpo a través del esfuerzo muscular y la tensión de los tendones, las arterias y los huesos, es una de las grandes metas del sujeto autoconstruido. Dejemos a la sinrazón platónica la denigración de lo corporal para suscribir un enfoque que admire, enaltezca y desarrolle su belleza, capacidad, vigor, potencial transformador y magnificencia.
Ese individuo total, integral, que aúna en sí mismo lo mejor de lo espiritual y lo mejor de lo corporal es el sujeto de virtud que nuestro tiempo, el siglo XXI, necesita. Frente a la construcción desde arriba, desde los poderes políticos, económicos, mediáticos y académicos, de seres nada, de criaturas despojadas de sus atributos humanos, tenemos que afirmar y reafirmar lo que somos en potencia, por tanto lo que podernos llegar a ser si nos autoconstruimos desde la voluntad de ser.
Al hacerlo tenemos que considerar dos cuestiones contrarrestantes. Una es que el ser humano consiste, por naturaleza, en una unión dramática de luz y sombra, de bien y mal, resultando de ello un ente interiormente contradictorio, sumido invariablemente en el conflicto, la perplejidad y la confusión, que de manera natural se inclina al mal tanto como al bien. Dicho de otro modo, el conflicto en lo profundo del yo es nuestro modo de existencia, de manera que sólo admitiendo tal realidad podemos dirigir dicho conflicto en el sentido de la ampliación -finita y temporal siempre- del bien y la virtud en el seno del yo. Así pues, la lucha interior es inevitable, y además es deseable.
Es pertinente, por tanto, pelear consigo mismo, tener en cuenta siempre el propio mal interior, abominar de cualquier criterio narcisista y victimista, percibirse como una realidad dinámica y autocreada, que se hace responsable de sí misma, que avanza autocorrigiéndose y que no considera únicamente el mal exterior sino al mismo tiempo el mal interior.
La otra cuestión es que los atributos o categorías de lo humano están en cooperación mutua tanto como en oposición, de manera que el sujeto, en su interior, vive de forma fragmentada y conflictiva su realidad psíquica y física. Cada capacidad tiende a chocar con las otras, estableciendo criterios de oposición e incluso de exclusión, lo que no descarta la cooperación. El desenvolvimiento “excesivo” de la inteligencia tiende a debilitar la voluntad, y viceversa. El amor como vivencia en ocasiones se aviene mal con el cultivo del entendimiento. La sensibilidad emocional puede entrar en colisión con la fuerza corporal. Y así sucesivamente. Somos uno integral y al mismo tiempo seres fraccionados. Ello es garantía de nuestra libertad interior, pues podemos escoger sin determinismo qué cualidades deseamos para nuestro yo, y a la vez un motivo irremediable de tensión y dolor. Buscamos el todo pero sólo logramos fragmentos.
En el presente, la descomunal, irracional e intolerable concentración de poder en los Estados y en las grandes empresas, que está en la base del preocupante fenómeno de la mundialización (o globalización), permite a los nuevos poderes tiránicos, estatales y empresariales, manipular, esto es, destruir para rehacer a un nivel muy inferior según sus intereses más decisivos, al ser humano común de forma múltiple y constante. Busca irle despojando, una tras otra, de sus capacidades, para hacerle ente anulado y ser nada. La respuesta a tan monstruoso proyecto estratégico, que se propone reducir a la persona a la categoría de sumisa mano de obra y dócil contribuyente a las arcas del Estado, está llevando a un colapso sin precedentes históricos de lo humano, a la construcción programada desde arriba de sujetos posthumanos, esto es, subhumanos.
Ese es el primer y principal problema de nuestro tiempo, que únicamente un gran cambio total, una revolucionarización integral del orden vigente y el sujeto, puede atajar.
Sobre el cómo y los procedimientos de esa trituración planeada de lo humano se tratará más adelante en este blog. Ahora basta con recordar que la autoconstrucción del sujeto en lucha contra las fuerzas clasistas que desean nadificarlo es una práctica, un quehacer y algo a realizar, hoy mejor que mañana.
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Grazias por la información, Félix! Sin lugar a dudas hay una lucha fuerte entre "el bien y el mal", luzes y sombras se proyectan en nuestro mundo… y en el medio, nosotrxs, que seguimos.
"Todxs para unx, unx para todxs", lo individual suma y toma más fuerza en lo grupal: sumando un poquito de cada lado, multiplicamos un montón!
Mucha suerte y valentía 😀
De tus textos, si algunos se salvan de la hoguera del tiempo, son aquellos que hablan directamente a la persona ( al sujeto) y que al hacerlo cumplen humildemente la obligación antropológica, biológica y social humana de mantener la tradición milenaria de conceptos y experiencias de nuestros semejantes legadas en Occidente: tradición valiosa, tradición fecunda para vivir y ser sin ignorancia de sí. Como mantiene el antropólogo Leslie . White, si no es porque desde el origen de la humanidad sobre la tierra el individuo ha ido transmitiendo y añadiendo información a la información adquirida y transmitida por sus antepasados nada seríamos y nada nos distinguiría de otros seres del reino animal. Adelante con tus fundamentos en esencia propios de un J. Stuart Mill pues, lo ignores o lo sepas, siempre en tus comentarios encuentro a un Mill que ha tenido que adoptar definitivamente posición de defensa contra aquella tiranía que nos anunciaba en "On liberty";
Te invito a reflexionar sobre estos versos de mi cosecha:
No hay el Mal y no hay el Bien tampoco.
Tanto es malo el exceso de bien
como un mal manifiesto y reinando.
Sin Utopía soy libre porque
sin esperanza dejo de ser siervo.
Estudio a los antiguos y conozco;
que por los libros, solo el ignorante
y el soberbio ignoran,
que por ellos se conoce casi todo.
Arte, ciencia, lógica
y sapiencia del saber estar;
Tráfago, fórmula, estética del hoy
y vanidad de vanidades lo demás.
Un abrazo.
Interesante cita de Elisabeth Kubler-Ross en el blog de Yvonne Laborda que creo que viene al hilo del artículo.
http://yvonnelaborda.com/las-personas-bellas/
Un saludo.
Me parece que tomas una posición demasiado etnocentrista, osea hay que contar con lo rural, lo ibérico, lo europeo y lo occidental claro, pero también hay que tomar una relación con lo humano, lo global, lo universal que nos una a todos, solo ahí superaremos las divisiones.
El mensaje de Félix es universalista, pero no GLOBALISTA. La diferencia es clara: todos los pueblos del mundo deben luchar por su libertad, sin esperar a que otros lo hagan por ellos.