Crítica revolucionaria del pacifismo, la no-violencia y el antimilitarismo

Reproduzco a continuación una sección de mi libro “Manual de la revolución integral” que refuta el pacifismo en uno de sus escritos fundamentales, “Sobre la paz perpetua” de Kant.

Cuando el conflicto entre las grandes potencias se aproxima a un momento crítico, de choque militar abierto, el pacifismo y el antimilitarismo se vuelven meras artimañas institucionales para favorecer el rearme y, sobre todo, para dañar la acción revolucionaria contra el militarismo y la guerra. Son anti guerra de palabra y pro guerra de facto, como se está observando en el actuar de la izquierda española, así como de la vasca, catalana y gallega que se dicen “independentista”, ahora en el gobierno. En España y en Europa la izquierda está siendo decisiva en el rearme y la incorporación forzosa de la juventud masculina y femenina al ejército.

Se podría decir mucho mas contra la insustancialidad teorética y la torpe amoralidad de Kant en esta obra, pero lo expuesto reúne la doble condición de ir al meollo del asunto y ser breve, de manera que no añadiré nada más.

Solo añadir que mi Manual trata más, mucho más, sobre estos temas, así que, en las actuales condiciones, con una nueva guerra mundial “ad portas”, conviene leerlo.

Un texto básico de las corrientes pacifistas y no-violentas ilustradas es “Sobre la paz perpetua”, 1795, de Kant. En él el filósofo prusiano no se queda en la fraseología habitual, en la moralina hipócrita, sino que ofrece un programa destinado a lograr la paz para siempre, en el que destaca la proposición de abolición de los ejércitos permanentes en tiempos de paz. Pero los ejércitos son parte -decisiva- del aparato estatal, no pueden existir sin un régimen fiscal, sin un control administrativo de la población, sin la previa división de la sociedad en clases, con los mandantes y explotadores proporcionando los altos jefes y oficiales mientras que los mandados y explotados aportan la tropa, sin un aparato de aleccionamiento, clerical o civil, concentrado gárrulamente en “Dios” o en “La Patria”. Así que su formulación, de ser consecuente y coherente, vale decir, sincera, debería haber dado un decisivo paso más y haber propuesto eliminar la totalidad del aparato de poder instituido, así como la división en clases sociales, en muy ricos y pobres. Pero no lo hace…

Kant no trata de las perpetuas guerras de entonces entre prusianos y austriacos, ni de una figura tan militarista como Federico II de Prusia, llamado el Grande, ni de la pirática partición de Polonia entre Rusia, Austria y Prusia, ni de las guerras napoleónicas de agresión a los pueblos de habla alemana, todas ellas acaecidas en su tiempo y ante sus ojos. No se ocupa de señalar cuáles son las causas últimas de las guerras entre Estados, a saber, conquistar nuevos territorios de donde extraer recursos monetarios en la forma de impuestos, reclutar más soldados, expoliar sus riquezas naturales, alcanzar ventajas estratégicas y abrir camino al comercio propio. Y “olvida” lo obvio, que para terminar con las guerras y lograr nada menos que “la paz perpetua” es, en buena lógica, imprescindible poner fin a las causas de la guerra.

Además, su sempiterna “paz” se sustenta en la injusticia y la tiranía, en la explotación y la desigualdad social. Es, como dice el tópico, la “paz de los cementerios”. Al no formular ningún programa de transformación social, Kant convierte la paz en un procedimiento para proteger a los tiranos, a los reyes, a los jerarcas clericales y a los ricos, pues el poder de estos no es cuestionado por el filósofo prusiano. De ese modo, prostituye la noción de paz, convertida en sinónimo de conformismo, sometimiento, estratificación social, explotación y estatismo.

Pero tampoco se acuerda de algo más, decisivo: la abolición de los ejércitos permanentes sólo es posible por medio del armamento general del pueblo, causa y consecuencia de ello, pues únicamente el pueblo constituido en milicia popular armada alcanza a garantizar la libertad, impide el ascenso de las tiranías políticas y económicas, hace soberana a la persona y mantiene la paz. La libertad individual no es una concesión, no es una dádiva, no es un derecho otorgado. Es un decisivo bien que cada cual conquista y mantiene con las armas en la mano, conforme a las normas de la democracia directa y a los criterios de la moralidad y la virtud cívica. La libertad jamás se conquista para siempre, dado que nunca es estable, pues su manera de existir es en permanente peligro, por eso también en una sociedad libre es necesario el armamento general del pueblo, para que éste pueda sofocar los intentos, que inevitablemente acaecen cada cierto tiempo, de reinstaurar un poder de minorías, de construir un nuevo aparato estatal, de apropiarse de una parte creciente de la riqueza social. Por eso la existencia de la humanidad siempre será un permanente conflicto, que el pueblo debe ganar una y otra vez, para lo que necesita estar armado. En consecuencia, la “paz perpetua” es otra de las malévolas quimeras de los ilustrados y filósofos dieciochescos, todos ellos a sueldo -literalmente- de la nobleza y los reyes de entonces.