Las elecciones en las democracias representativas. ¿Para qué sirven?

Volvemos, como cada 4 años, a soportar la cantinela propia de los procedimientos electorales, esta vez en el ámbito local y de comunidad autónoma, conforme a la vigente legislación proveniente de la CE del 78, constitución pactada entre las fuerzas franquistas y neofranquistas, con la izquierda socialista y comunista, españolas todas. Ese es el marco jurídico.

El pueblo, los pueblos y comunidades humanas integradas a la fuerza en el vigente Estado nación español, van a tener que soportar una vez más los discursos aparentemente contradictorios de los distintos partidos políticos que los medios de comunicación del sistema de poder van a difundir en televisiones, radios y redes sociales.

La pregunta clave a responder sería: ¿constituyen los procesos electorales convocados en las llamadas democracias representativas un sistema democrático de poder, o qué son realmente?

Marx dejó sentada una definición históricamente muy conocida, pero que por su claridad y simpleza hay que volver a citar, venía a decir que las elecciones, en un sistema de democracia representativa propia de los regímenes liberales, constituyen la forma en que los trabajadores eligen cada cuatro años a quienes los van a representar, es decir, a explotar. Esto es una verdad, a pesar de los errores que cometió el
propio Marx en su doctrina.

Mucha gente se pregunta de forma ingenua ¿cómo es posible que un proceso electoral en que la totalidad de la población (con derecho al voto) decide libremente quienes han de ser sus representantes políticos en las instituciones del poder legislativo, no pueda ser considerado un sistema democrático? Esa es la trampa ideológica, pues a pesar del gran desprestigio de la clase política como corrupta y torticera, todavía un alto porcentaje de la población continúa votando, y legitimando con ello, el conjunto del sistema de poder de una minoría sobre el conjunto de la población.

La realidad es que la democracia, como gobierno del pueblo, ha tenido un largo recorrido en la historia, la participación de forma directa del pueblo reunido en asambleas, con competencias en todas las cuestiones públicas, existió en la Atenas antigua, en ciertas ciudades medievales europeas, o los sistemas de consejo abierto de la propia Península Ibérica, al menos hasta la revolución liberal del siglo XIX. La democracia, o es directa o no es democracia, no es posible ésta en un sistema de representación política. Es más, constituye una ficción de democracia que fue pensada por los filósofos políticos del Estado liberal. Fue una decisión deliberada de éstos en el transcurso de los procesos revolucionarios liberales en Inglaterra, Francia o Estados Unidos. Existían filósofos que, en recuperación de la experiencia ateniense, proponían un sistema de “democracia directa” para la constitución de las nuevas instituciones de poder frente al absolutismo, como J.J. Rousseau, que era un “romántico idealista”, imponiéndose finalmente, por abrumadora mayoría, la posición de aquellos que optaban por la democracia representativa (como Montesquieu, Hume, Locke y Mill, y en particular James Madison), pero sin duda el tema fue muy discutido. Fue en el debate de la constitución norteamericana de 1787, cuando Madison desarrolló los “argumentos” claramente clasistas para la defensa de un modelo de “democracia representativa”, frente a la directa, argumentando con descaro e hipocresía que “Una democracia pura (entiéndase directa) no ofrece cura alguna para la malicia de las facciones. Una pasión o interés común será compartido por la mayoría, y no hay forma de contener los incentivos para sacrificar al partido más débil. Por esta razón, las democracias siempre han sido incompatibles con la seguridad personal o el derecho a la propiedad; y han sido, en general, tan cortas en su vida como violentas en su muerte” (El Federalista nº 10, 1787). Luego, la llamada democracia representativa o de representación proporcional fue ideado expresamente para que las élites controlaran la parte legitimadora esencial del poder político, con una excusa eminentemente “técnica”, aunque de cara al “público” argumentaran la excusa de que, para los Estados nación en ciernes, con la concentración de la población en ciudades, resultaría que la “democracia directa, mediante asambleas populares, no sería técnicamente posible”. Sin embargo hemos visto que movimientos basados en la democracia directa fueron los que provocaron las mismas revoluciones en Francia y América del norte.

En realidad, lo que sucede es que para el Estado nación moderno, tanto liberal como social, en sus respectivos imaginarios ideológicos, es imprescindible contar, como justificación de su naturaleza “democrática” respecto a lo dictatorial, con un sistema complejo de distribución de funciones de cada uno de sus poderes: Judicial, Político, Parlamentario, pero donde la base justificativa de la democracia, como “poder del pueblo” resida claramente en los entes “representativos” (parlamento, asambleas legislativas de las CCAA o plenos municipales). Luego, se supone, que el poder político lo “aplica”, y el poder judicial, “garantiza” que las normas surgidas del poder legislativo se cumplan, bien por la vía penitenciaria o directamente represiva del ejército y la policía. Esa idea de “Estado” ha de ser asumida plenamente por todos aquellos grupos y partidos que pretenden disputarse ese poder. Por tanto, todos los partidos políticos que participan en tales procesos electorales, cada cuatro años, no son más que parte de ese sistema hipócrita de poder.

Detrás de todo ese teatro de elecciones, partidos, parlamento, gobierno, etc., está la realidad del Estado nación moderno capitalista cuyo objetivo central es mantener y desarrollar el capitalismo y el imperialismo del que es parte integral, y por ello, explotar a los trabajadores y oprimir a las comunidades y pueblos integrados a la fuerza en el ámbito territorial del Estado o en el ámbito neocolonial. Por tanto, los procesos electorales no son más que parte de ese sistema de poder cuya finalidad es aparentar y hacer creíble el carácter democrático del Estado, y lógicamente, de sus gobiernos. Constituyen pues una parte esencial de la legitimación de este sistema de poder del Estado nación.

Continúa…

FUENTE: https://karlosluckas.blogspot.com/2023/05/las-elecciones-en-las-democracias.html