La sociedad actual, lo mismo que todas las formaciones totalitarias que niegan la libertad -la colectiva tanto como la individual-, se fundamenta en la noción de felicidad y en la exacerbación del pánico al dolor y al sufrimiento. Las utopías, que pergeñan sociedades infaustas, brindan un orden sin dolor, un milagrero paraíso en el que no existirá displacer ni pesadumbre ni padecimiento, en donde todo será regocijo, disfrute y satisfacción.
Una primera verdad experiencial aduce que el sufrimiento es parte constitutiva de la práctica humana y porción inerradicable del hecho de existir. Toda vida lleva en sí una porción de dolor, de la misma manera que contiene una fracción de deleite. Vivir integralmente es aceptar su totalidad, sin excluir ni amputar nada sustantivo, haciendo que el todo finito de lo humano se realice en el yo.
Quienes proponen una existencia sin dolor prometen lo irrealizable, además de lo indeseable. Ya los filósofos cínicos establecieron que “Quien teme al dolor teme lo que ha de suceder”. Aspirar a un sufrimiento cero es anhelar un modo de estar en el mundo que no es humano, por artificial, inauténtico y degradado, además de irreal. Cada cierto tiempo el dolor intenso e incluso avasallador visita a todo individuo, le zarandea y posee, y a diario los pequeños dolores, frustraciones, contratiempos y padecimientos son la inevitable compañía.
Aprender a vivir con el dolor es parte primordial del aprender a vivir. Por eso la pedagogía en curso, asfixiantemente hedonista, al negar a la infancia y a la juventud la experiencia del sufrimiento, está haciendo sujetos escasamente aptos para la vida auténtica. El conocimiento práctico del padecer, en todas sus formas: displacer, angustia, frustración, decepción, fracaso, soledad, ansiedad, incertidumbre, temor, agobio, cansancio y dolor físico es parte de la educación integral de la persona. El niño deformado por la pedagogía contemporánea, sustentada en el espanto ante el dolor, será un ser insustancial e inmaduro, endeble y pasivo, asustadizo y sin libertad personal, destinado a padecer todas las formas de opresión y explotación, un ser nada sin épica ni acometividad ni fuerza interior ni virtud.
Quienes “venden” felicidad olvidan que la condición humana conoce momentos más o menos intensos y auténticos de felicidad pero nunca la felicidad como estado permanente. Esto es irrealizable, y el felicismo simplemente es estafar al público[1], aunque se comprende que lo haga con gran éxito en una sociedad como la actual que lleva el acto de sufrir en muchas de sus expresiones concretas a un nivel, extensión y grado pocas veces conocido. Dicho de otro modo, una sociedad multi-sufriente y un individuo variada y dolorosamente disminuido, mutilado, necesitan de la lúgubre fantasía de la felicidad total y perpetua como narcótico espiritual.
Quienes niegan el carácter natural del sufrimiento lo maximizan. Los apóstoles de la felicidad hacen al desventurado sujeto actual aún más desdichado, por más débil y quebrantado, puesto que le dejan confuso, paralizado, desarticulado, sin respuesta e inerme ante el hecho ineluctable del padecer. Por el contrario, la admisión del dolor como parte de la condición y el destino humano nos reconcilia con él, otorgándole sentido y haciéndole de ese modo tratable y superable, o cuando menos más llevadero.
Las causas del dolor son varias. Las pueriles utopías sociales prometen constituir una sociedad perfecta, ilimitadamente justa, libre, próspera y dichosa. Pero ignoran que aunque resulta posible, y además muy conveniente, constituir un orden social cualitativamente superior al actual por medio de la revolución, es imposible que dicho orden esté desprovisto de contradicciones internas, por tanto, de tensiones y desajustes, de manera que será siempre imperfecto, conflictivo, inestable y por ende causante de ansiedad y apremios.
En segundo lugar, la libertad tiene un modo de existencia peculiar, como permanentemente en peligro y sempiternamente necesitada de pelear por ella y arriesgarse para realizarla, lo que significa persecución, es decir, padecer agresiones, soportar la represión y, en consecuencia, sufrir.
En tercer lugar, el dolor posee causas vivenciales, que son ajenas y están más allá de todo orden político y social, de manera que aunque éste fuera “perfecto”, el sufrimiento, inherente a la condición humana misma, permanecería.
La estructura última de lo real, contradictoria, antinómica y conflictiva, no permite estados duraderos de equilibrio, lo que convierte en quimeras y sinsentidos las categorías epicúreas de armonía, paz, serenidad, placidez y calma, que son modos de huir de la realidad, un medroso escapar de lo que es y existe para refugiarse en algún paraíso artificial, donde no hay sufrimiento porque no hay vida. Lo real es dinámico y autocreado debido a que es contradictorio interno, al estar traspasado por un haz de antinomias, tensiones y discordancias. Todo ello, al reflejarse en la mente humana, induce muchas formas de perturbación, agobio y dolor psíquico, a la vez que estimula la creatividad, el esfuerzo y el ascenso de la vitalidad.
La prédica felicista, epicúrea y eudemonista contra el sufrimiento con sentido tiene además un significado directamente político. Cuanto más dominados vivan los individuos por el pánico al dolor más dóciles serán políticamente, pues lo propio de todas las tiranías es su descomunal capacidad de infringir daño y hacer sufrir a quienes se levantan contra la opresión, a favor de la libertad, la justicia y el bien. El espanto ante el sufrimiento hace sumiso, apocado, medroso y sin energía al individuo, que llega a renunciar a vivir por temor a sufrir, entregándose a una existencia de esclavo, meramente vegetativa. Por eso los totalitarismos presentan como meta la felicidad y no la libertad, el goce y no el combate, el deleitarse y no el arriesgarse, el disfrute y no el heroísmo, el humillarse y no la dignidad personal, el sometimiento y no la revolución.
Pero sin el gusto por el riesgo, por lo difícil, lo inseguro, lo peligroso y lo vedado la humanidad no puede avanzar, de ahí que los sistemas totalitarios, en particular los más eficaces, los parlamentaristas y partitocráticos, lleven a la sociedad a un estado de estancamiento, al convertir el ideario felicista en fe obligatoria.
El sufrimiento, a fin de cuentas, no puede ser evitado, y en bastantes de sus manifestaciones esto tiene mucho de positivo. Debe ser afrontado. Tenemos que reconciliarnos con nuestra condición de seres sufrientes, sabiendo que no somos absolutamente sufrientes pues también forma parte de la experiencia humana la alegría, el goce, la satisfacción y la plenitud en tanto que realidades finitas, es decir, transitorias y limitadas. Lo mismo que el dolor. Pero sólo es plenamente positivo el dolor con sentido, aquel que forma parte de la existencia humana concebida en su manifestación natural.
El padecer y penar nos robustece, nos otorga el gran bien de la fortaleza y solidez del cuerpo y del ánimo. El sufrimiento, en particular si es reflexionado, a menudo nos perfecciona, al purgarnos de frivolidad, irresponsabilidad, superficialidad y otras enfermedades del espíritu. Nos depura y afina. Nos hace mejores. Las sociedades hedonistas y eudemonistas, como lo es la actual, además de ser las tumbas de la libertad, consiguen rebajar aún más la calidad del sujeto inyectándole a través del adoctrinamiento y el amaestramiento dosis colosales de pánico al sufrimiento, al displacer y a la frustración. Así fabrican seres sin grandeza ni dignidad ni autorrespeto, dominados por múltiples miedos y temores, ansiosos de gozar sin fin y por eso mismo sufridores sempiternos y excesivos.
Existe el dolor, en tanto que realidad ahí, y es humano temer al dolor. Pero también lo es dominar y superar dicho temor, elevándose a la práctica del heroísmo cotidiano, de la épica de todos los días. Sin ello la vida humana pierde una cualidad sustantiva, la grandeza, hundiéndose en la indignidad y el deshonor.
El tiempo del dolor hay que vivirlo con serenidad, lucidez y buen ánimo. Hay que afrontarlo desde las propias capacidades, sin acudir a remedios externos, salvo en situaciones extremas. No son necesarios los analgésicos para superar malestares corporales habituales ni hay que echar mano del alcohol o las drogas para sobrellevar los sinsabores y aflicciones propias de la existencia humana. Tampoco conviene acudir a “profesionales” de la psiquiatría y la psicología, pues uno mismo debe saber autocurarse los padecimientos del alma. Todo estado de sufrimiento es una prueba, un reto, del que el sujeto emerge robustecido, curtido, mejorado, verdad primordial que es decisiva en los peores momentos, cuando el sufrimiento más aprieta y parece que nos puede quebrar y vencer. Si se acude habitualmente a factores externos, sean los que sean, el proceso de aprendizaje y maduración personal no puede tener lugar, aunque es cierto que en determinadas ocasiones debe hacerse, precisamente cuando por uno mismo no puede vencer al sufrimiento.
El hedonismo, el epicureísmo y el felicismo son armas terribles que el sistema de dominación política utiliza para efectuar periódicas tragedias. Por ejemplo, con las drogas. La conversión de las drogas “ilegales” en un producto de consumo de masas se hizo por fases.
En la primera, a través del movimiento hippie, la contracultura, los intelectuales de la izquierda y otros agentes del actual orden se impone la ideología hedonista del goce a todas horas y de la evitación absoluta del dolor, en particular del sufrimiento psíquico, relacional y emocional.
En la segunda, los servicios secretos, aparatos parapoliciales, cuerpos de planificación de los ejércitos y agencias estatales de seguridad difunden por todo el cuerpo social la heroína.
En la tercera se produce el encuentro entre las masas de adoctrinados en el horror al dolor y las drogas.
En la cuarta tiene lugar una carnicería: unos 500.000 muertos en el Estado español, casi tantos ya como en la guerra civil de 1936-1939, y la cifra sigue creciendo. Pero el monto de los óbitos no mide el sufrimiento pavoroso padecido por los adictos, sobrevivan o mueran, de modo que una vez más observamos que un modo de hacer superlativo al dolor es huir de él.
Otro caso es el del suicidio. Una sociedad dañada por la ideología placerista produce una enorme cantidad de suicidas al estar constituida por sujetos débiles para quienes el dolor es una anomalía, un mal absoluto y una vivencia intolerable, individuos que carecen de la experiencia de afrontarlo y, en consecuencia, de sobrevivir a él, de vencerlo. Se da la cifra de unos 4.000 al año en el país, de ellos las tres cuartas partes hombres (lo que evidencia el intolerable deterioro de las condiciones de vida de los varones hoy) pero eso es engañoso. El individuo actual, que está siendo privado de la voluntad de vivir, de la fuerza interior para afrontar todo tipo de dificultades y emerger de ellas fortalecido, sonriente y renovado, se entrega estúpidamente a la muerte de muchas maneras: accidentes de tráfico, enfermedades somáticas evitables, tabaquismo, obesidad, drogas, etc. El suicidio oculto puede ser incluso cinco veces superior al estadístico. Y de ello una parte de la responsabilidad es de los mercaderes de la felicidad a toda costa, de los traficantes de placerismo al por mayor.
Así pues, cuando lleguen los tormentosos, y en un sentido muy reales terribles tiempos del dolor, preparémonos para afrontarlos con serenidad, o cuando menos con resignación activa y transformadora, aceptando el reto, sabiendo que ello forma parte de la condición humana, al ser un acontecimiento natural. Y teniendo muy en cuenta su positividad, que existe siempre al lado de su contrario, lo negativo e incluso lo terrible.
Sin una actitud realista, serena y equilibrada ante el dolor no puede haber libertad individual, pues el pánico al sufrimiento paraliza, dañando la libertad de acción tanto como la libertad interior, necesaria para la planificación de metas y propósitos. El pusilánime es siervo de su temor y víctima de su inhabilidad para admitir el sufrimiento, el psíquico tanto como el físico, todo lo cual encuentra su más lograda expresión en la ideología epicúrea, un modo miserable de pensar, propio de esclavos, o más exactamente, de esclavos aleccionados por los esclavistas, sus amos.
El dolor mirado de frente y comprendido es menos dolor. La afelicidad, o indiferencia ante la felicidad y la infelicidad, se hace piedra angular de la libertad personal, libertad de pensamiento y de acción. De todo ello surge el atreverse, que es la voluntad de obrar y comprometerse sin que el riesgo de padecer males y sufrir padecimientos nos detenga. La revolución es un atreverse, la social y la individual. Si no nos dejamos comprar y no nos dejamos intimidar no podrán vencernos.
[1]Uno de los muchísimos libros y productos audiovisuales que “venden” irresponsablemente felicidad es “La inutilidad del sufrimiento. Claves para aprender a vivir de manera positiva”, María Jesús Álava Reyes. Antaño a esa ideología se la calificaba de ñoñería, de actitud cursi y blandengue, y hoy de buenismo, una actitud a la vez empalagosa y angustiosa, teatralizada y farsante, supuestamente encaminada a hacer el bien al otro sin contar con él y sin tomar en consideración los componentes constitutivos de lo humano. Tan pías intenciones tienen en la práctica efectos indeseados, también porque declarar “inútil” el sufrimiento es maximizarlo, es transformarlo en una experiencia que el sujeto común difícilmente puede sobrellevar por sí mismo y desde sí mismo.
Con matices pero puedo estar de acuerdo en el fondo de la reflexión. Quiero aportar / insistir en una idea: compartir con amigos y familiares los momentos malos los reduce a la mitad y compartir los buenos multiplica el bienestar. Los que tenemos la suerte de disfrutar de AMIGOS y FAMILIA somos más felices…..¡logicamente nada es gratis! . Tanto a los amigos como a la familia hay que saber mantenerlos y cuidarlos.
Por eso van muy bien los ritos de iniciación, por ejemplo adultos sodomizando adolescentes, los castigos corporales como parte del aprendizaje, y el uso del cilicio como protección contra los instintos.
Me gustaría preguntarte algo.
Nuestro cuerpo son órganos realizando funciones. Y esto lleva a la pregunta de si somos órganos que realizan funciones, o si somos funciones realizadas por órganos.
Bergson analiza la cuestión y demuestra que nosotros no somos un cuerpo. Nosotros somos funciones realizadas por un cuerpo. También te demuestra la existencia de Dios, que nosotros somos la cima de la creación, y que Él está necesitado de nosotros (pero todo esto es otro tema).
Lo vivo son funciones. Vivir es actúar. Un ser vivo es algo que actúa. Y hacer lo propio del hombre casi siempre es penoso.
Tenemos dos opciones:
-Ser nosotros mismos. O sea: realizar las tareas penosas propias del hombre. O sea: pasarlo mal.
-Dejar de ser nosotros mismos. O sea: evitar las penosas tareas propias del hombre y buscar el placer y la comodidad. El problema es que el autoengaño nunca termina de funcionar. O sea: también lo pasas mal.
Parece que hagas lo que hagas estamos destinados a pasarlo mal.
Al llegar a este punto la mente se me queda en blanco. Sé que tengo un problema, y sé que no soy capaz de encontrarle respuesta.
¿Podrías ayudarme con este asunto?
Gracias por adelantado.
Ni un deficiente mental pensaría así ni escribiría esa cosa tan asquerosa que has escrito,¿donde sodomizan los viejos a los jovenes?Si lo sabes debes denunciarlo,a no ser que estés incluido en tan selecto club…
Los castigos corporales son estúpidos,pues solo te destruyen de manera absurda,pues la vida ya envía una buena carga de castigos,por ejemplo,en este caso,aguantar tu estulticia.En cualquier caso,hoy en día hay mucha gente que es epicuera y se autodestruye con peleas,tomando drogas,bebiendo alcohol y muchas mas cosas autodestructivas.Los instintos es algo personal y son de cada uno,habrá gente que quiera dejar salir sus instintos a todas horas y otros que los tengan más contenidos,asi como otros los repriman.Utilizar cilicio o lo que sea(en mi vida he oido hablar de esto) es contrario a lo que ha escrito Félix,que es algo basado en los cínicos y los estoicos,entre otras doctrinas.Ellos creian que todo lo debía hacer el ser humano por si mismo,sin ayuda de nadie ni de sustancias de ningun tipo.
EL dolor enseña,pero el dolor no hace falta que sea buscado.Las personas tenemos todos los días dolores,pequeños por lo general,pero existen.Un dolor de muelas,un dolor de estómago,de huesos.Nos damos golpes trabajando y en la propia vida,por tanto no es necesario que nadie se golpee,solo es suficiente con no tomar tonterias,no adormecer el cuerpo y la mente con drogas.No estar todo el día,en cuanto te notas un dolor, corriendo a buscar el paracetamol.El que quiera hacerlo lo puede hacer,pero al menos que respete a los que no les gusta pasar el dia con disfrute de drogas u otras cosas.Pero el dolor,donde aparece de verdad no es aquí,esto es un juego de niños comparado con el dolor del alma,el dolor de los problemas,de las incertidumbres de la vida,en no dejarse llevar por el primero que te promete algun paraiso ficticio o algun otro bien falso.
Me respondo a mi mismo que la solución es aceptar que el sufrimiento forma parte inevitable de la buena vida. Es así y no puede ser de otra manera.
Hay que aceptarlo y entrenarse para adaptarse a ello.
Estoy de acuerdo contigo,esta es la cuestión.Al final,aunque quieras evitar el dolor,éste te persigue igual,o,¿que haces cuando te abandona la novia o la mujer?¿Tambien te dedicas a tomar drogas que te dejen tonto como las que toman los esquizofrénicos para no sufrir?¿Si tienes problemas con un amigo o con un enemigo,si te persigue el Estado porque no haces algo que te ha obligado?¿Si te dejan de hablar tus familiares,si tienes momentos en los que tienes que estar solo pòr obligación?¿Tomamos soma para que nos haga olvidar esto?¿O nos convertimos en alcoholicos para "olvidar"?Que además no se olvida nada,todo lo contrario,lo tienes más presente.Incluso te diría que con ninguna droga puedes hacer frente a los problemas más graves del ser humano,te puedes olvidar que tu vecino no te hable,pero no podrás olvidar que no te hable tu hijo.Eso,mientras el ser humano siga siendo ser humano no es posible,lo tendrás dentro te tomes lo que te tomes,incluso aunque te volvieras loco lo tendrías dentro.Es como decir a un torturado que se olvide de sus torturadores,esto no es posible.
Bien chicos, redecubrieron al Cristianismo…en 500 años mas quizás se les ocurra alguna otra respuesta un poco mas eficiente, visto que eso del Cristianismo no funciono.
Así es compañero,y más en una época como esta,donde la gente cree que por comprar algo en el mediamark o tener el último aparato ya no existe el sufrimiento.Incluso te diría que aunque estos majaderos que han escrito en este post,crean que es una tonteria,si ellos tuvieran sufrimiento verdadero,por algo que les ha venido(desde aquí no se lo deseamos)tienen la opción de tomar antidepresivos,drogas y todo lo que quieran,incluso pueden tomar drogas tan fuertes que los experimentos de la CIA se les queden pequeños,pero no van a poder evitar tampoco el sufrimiento,mira por donde,¿por qué?Por que aún tendrían el sufrimiento de haber dejado de ser un ser humano para convertirse en una piltrafa,¿les parece poco sufrimiento?
O el dolor de los castigos y el fuego del infierno por nuestros pecados por no aceptar con resignación los designios de Dios.
no puedo estar mas de acuerdo…gracias!
Este sistema lleva relativamente pocos años,amiguete.Si los cuentas apenas te salen dos siglos y el cristianismo,como tú dices,ha durado más de 2000 años,¿crees que este sistema va a durar tanto?Si lo crees es que eres bien ingenuo.
Por cierto,algo hay del cristianismo,pero esto de lo que habla es algo que tiene que ver más con el estoicismo que con el cristianismo.Sólo te lo digo por si te sirve de algo,y para que empezaras deberías ponerte con los primeros cinicos,y con sus aprendices,los estoicos,pero no creo que sirva de nada.Por cierto,eso de que no sirve de nada es porque tu lo dices,y en cualquier caso deberías explicar lo de eficiente.Eficiente,¿en qué?Pues algo que es eficiente para una cosa puede no serlo para otra.
La resignación es así,la puedes aceptar por los designios de Dios,o la puedes aceptar porque incluso aunque no lo hagas tengas dolor igualmente.Las drogas te pueden evitar el dolor corporal,pero no pueden evitar que dejes de ser estúpido,que dejes de ser un ser frívolo o que tu padre no te haya querido nunca y no quiera verte.Ese dolor lo tienes que aguantar tú.Es así de sencillo,¿hace falta algun sufrimiento de lo que no conocemos y no sabemos si existe,como el infierno?¿Ves como no?Es mucho más sencillo que esto.
¿Seguro?…. Ni siquiera Nietzsche ni otros intentos de crear (o hacer prevalecer) una supuesta "moral autónoma" puramente individual han funcionado. El propio Pedro García Olivo, nada cristiano ni amigo de Occidente tuvo que acabar aceptando que como occidentales tan solo podemos aspirar a ser "cristianos de segunda generación". Para bien o para mal….