Félix Rodrigo Mora
El libro de Paul Coleman, recientemente publicado en castellano, “La censura maquillada. Como las leyes contra el “discurso del odio” amenazan la libertad de expresión”es otra manifestación más de la tendencia a controlar y desactivar las corrientes de pensamiento y acción que nos estamos batiendo por la libertad contra los totalitarismos y la fascistización de Europa. Es una expresión más de disidencia controlada. Su truco, su trampa, es aceptar una parte ínfima de los males existentes para ocultar lo principal y presentándose como la “solución”, negando con ello la necesidad de una gran movilización popular permanente, al margen de las instituciones, los partidos políticos y la pedantocracia, para salvaguardar y realizar la libertad.
Lo primero es argüir que lo que el poder pretende “maquillar” no es solamente la censura sino la marcha forzosa hacia un fascismo de nuevo tipo, diferente en lo formal al clásico pero idéntico en lo sustantivo, que tiene en las denominadas religiones políticas su núcleo y substancia. Eso es lo que esconde torticeramente el autor, para el cual todo se reduce a impugnar la introducción de nuevas formas de censura, sirviéndose de un análisis simplón y reduccionista, que oculta mucho más de lo que expone, y que bendice muchísimo más de lo que denuncia.
Lo cierto es que hoy el Estado liberal-constitucional está abandonando las libertades formales que dice garantizar para ir acotando cada vez más áreas en las cuales no está permitida la “libre” expresión de opiniones, juicios y criterios independientes. En esas cuestiones hay que reducirse a corear y lisonjear la super-mendaz retórica oficial. Eso es la instauración autoritaria de un sistema de “verdades” oficiales que se repiten obsesivamente en los medios de comunicación, en la escuela, en los panfletos de la izquierda y en el griterío fanatizado de las partidas de la porra de los nuevos escuadristas del feminazismo, el fascio-progresismo, el fascio-izquierdismo y el novísimo fascismo LGTBI.
La negación de la libertad de expresión y de la libertad de conciencia a cargo de las renovadas formas del filibusterismo facha ha llegado a ser tan tremenda, tan agobiante, que más y más personas, grupos y tendencias están comenzando a reaccionar contra aquéllos para los que la libertad individual y global es cero, nada. Ya ni siquiera una palabra[1].
En efecto: libertad se está convirtiendo en un vocablo maldito, que casi nadie utiliza. Ha llegado nuestra hora, la de ponerla en el centro de nuestro proyecto de revolución holística.
Así pues, el poder constituido, al observar que su sistema de creencias forzosas y obligatorias, ese amasijo bufo de mentiras, errores, bobadas y maldades, está en quiebra, ha tenido que acudir a convertir determinados ejercicios de la libertad de expresión en “delitos de odio”, judicializando el debate público y enviando a la policía a perseguir a quienes discrepan, discrepamos, de las “verdades” oficiales. La cosa es delirante pues son quienes viven encastillados en el odio a las clases trabajadoras y populares, a las que con una inquina y rencor que estremecen, tildan un dia sí y otro también de “machistas”, “racistas”, “homófobos”, “islamófobos” y similares, los que acusan a los demás de incurrir en “delitos de odio”…
Hace muy poco se ha sabido que el Ministerio del Interior español está formando una red de confidentes, espías y soplones para perseguir los “delitos de odio”, en la cual se están alistando lo más florido del progresismo, el feminismo y el izquierdismo. O sea, ya tenemos al Estado Policial constituido, la nueva versión del Estado franquista… pero esto, lejos de ser un paso adelante es un repliegue, un ponerse a la defensiva, del poder estatal y gubernamental.
¿Cuál ha de ser nuestra respuesta militante? El fundamento de lo mejor de la cultura occidental es la noción, la práctica y la experiencia de la libertad. Frente a todos los totalitarismos y fascismos vamos a enarbolar la bandera de la libertad y los vamos a combatir, y a vencer, y a pulverizar, desde la libertad y por medio de la libertad.
Nuestra revolución es la de la libertad. No hay otra.
Cuando el Estado/Estados/UE se ha convertido en un monstruo totalitario que todo lo controla y todo lo devora, y en un tiempo en que la gran empresa capitalista globalizadora en una expresión atroz de tiranía civil, el combate por la libertad ha de ser, cada vez más, el cimiento de todo.
A nuestros adversarios no los vamos a combatir y vencer son sus métodos[2], la censura, la calumnia, la amenaza, la agresión, la marginación, sino con los nuestros, que tienen dos partes. Una, dotarnos de los mejores argumentos, a través de un esfuerzo intelectual, discursivo, oratorio y estético, para llegar, para convencer, para vencer. Dos, garantizar siempre a todos, y digo a todos, su derecho a explicarse, a exponer sus ideas, a no recibir ninguna censura ni ninguna sanción ni ninguna agresión por lo que arguyan y digan, por muy aberrante que sea o que nos parezca. Con eso habremos ganado, ya de entrada, la superioridad moral sobre nuestros antagonistas. Ellos son los perseguidores y nosotros los perseguidos, y jamás será al revés. Lo cual no es óbice para que ejerzamos el derecho de defensa legítima cuando seamos agredidos físicamente. Pero ha de ser defensa, no ofensa, aunque debemos evitar el hacernos ilusiones: son atroces, sanguinarios. Nosotros no. Vendrán a golpearnos, y a más. Ya lo intentan de vez en cuando. Cuando vengan, en el choque físico, hemos de mostrar firmeza, fuerza y valentía. No hay sitio entre nosotros para la cobardía ni para la debilidad.
Otro componente de nuestra estrategia ha de ser el tender la mano a quienes, coyunturalmente adheridos a las ideologías del totalitarismo institucional, no comparten al completo sus contenidos y métodos, o dudan, lo que hoy es cada día más común, al estarse poniendo en evidencia y entrando en descomposición todas las religiones políticas. Hemos de saber ganar a las muchas personas decentes y honradas que, víctimas de la confusión y la demagogia, se han unido temporalmente a aquéllas. Con tal propósito tenemos que afinar aún más nuestros argumentos, dialogar con dichas personas o grupos y admitir aquello en lo que tengan razón, promoviendo en ellas un deseo de retorno al amor por la libertad, la tolerancia en actos y la voluntad de convivencia. Tenemos que evitar debatir para persuadir aquí-y-ahora, pues eso atenta contra la libertad de conciencia de quienes se nos oponen. El convencimiento, si viene, ha de ser un episodio del interior de cada persona, de su universo mental más íntimo, que hemos de respetar, y que suele manifestarse como un proceso mucho más que como un instante. La meta es exponer nuestras ideas e ideales.
Eso es ahora todavía más verdadero por cuanto en el presente las religiones políticas, tras lustros de hegemonía conseguida a base de invertir en ellas docenas de miles de millones de euros, están en fase de retirada y mengua, en todo el mundo. Por eso ahora es el momento de culminar su derrota, para lo cual es imprescindible atraer a quienes creyeron en ellas.
Nuestra confianza en la libertad de conciencia y en la autonomía de la vida interior, intelectual y emocional, de cada persona, nos diferencia de quienes nos persiguen. En ello reside uno de nuestros principales timbre de honor, y es una de nuestras más poderosas armas para lograr la victoria de la revolución. Además, con la libertad se forman personas capaces, que serán revolucionarios excelentes e individuos de valía y calidad, mientras que con el adoctrinamiento, la negación de la libertad individual y el despotismo de los caudillos se manufacturan criaturas torpes, pasivas e ineptas.
Al poner la libertad en el centro estamos, al mismo tiempo, recuperando, afirmando y reconstruyendo la cultura europea, la popular y la erudita, aunque más la primera que la segunda. Eso es primordial cuando los Estados europeos y las grandes empresas multinacionales europeas ansían liquidar la cultura europea, la culta casi tanto como la popular, para convertirnos en seres aculturados, conforme a la denominada “agenda transhumanista”, que organiza el paso forzoso desde nuestra condición de seres humanos a la de bestias posthumanas, es decir, subhumanas. Vale decir: más sumisas, más entregadas al trabajo asalariado neo-esclavo, más pagadoras puntuales de impuestos, más desprovistas de vida interior autónoma y pensamiento propio, más disponibles para matar y morir en las guerras imperialistas, más delegantes de sus funciones y obligaciones cívicas en las instituciones, más disminuidas, enfermas e impotentes…
Quienes nos persiguen, como les sucede a todos los fascistas, están fuera de la cosmovisión europea, en particular porque niegan la libertad del ser humano, la soberanía y autonomía individual. Conciben a la persona como un ente al que adoctrinar y manipular, al que intimidar y reprimir, al que conducir y dirigir desde el Estado, mientras que nosotros confiamos en ella en tanto que ser humano. Lo apostamos todo a que el individuo auto-movilice su vida interior y dé un paso al frente, auto-forme sus propias ideas y se una a la revolución interior y exterior por decisión intima y no por imposición externa.
En los totalitarios el ser humano se estructura de afuera a adentro, en los amadores de la libertad de adentro a afuera.
Finalmente, desarrollar nuevas formulaciones, nociones, categorías, ideas y prácticas sobre la libertad es una tarea esencial que, en gran medida, está por hacer. A ella invito a todas y todos. Ahora es un gran momento para realizarla.
[1] Es el caso del marxismo, que ignora la categoría, noción y experiencia de la libertad. Marx inventa, en buena medida desde la ignorancia, la demagogia y el desparpajo, un proyecto doctrinal y político supuestamente anticapitalista que debe ser situado en el marco del denominado despotismo oriental, ajeno a lo esencial de la cultura y la cosmovisión europeas, que tienen a la libertad individual y colectiva como valor fundante. Por eso su anticapitalismo es una estafa intelectual pues lo que propone, en realidad, es un capitalismo total-utópico, por tanto mortífero. Por eso el marxismo debe ser calificado de liberticida, hiper-capitalista, anti-revolucionario, negador de la cultura europea, hostil a la noción misma de individuo y proto-fascista. Eso explica que el izquierdista medio que sigue a Marx lleve un policía en la cabeza y que todo desee resolverlo con medidas represivas y autoritarias. Hay que trabajar en una crítica fundamentada del marxismo para abrir camino a una revolución anticapitalista de verdad, que establezca una economía popular, comunal y autogestionada. No es casual que todas las “revoluciones” marxistas, y han sido muchas, hayan acabado en las formas peores de totalitarismo, matanzas y fascismo, además de en expresiones extremistas de capitalismo. Para romper con eso hay que ir a la raíz del problema, presentando a Marx como a un enemigo de la libertad, como lo que realmente es, el primer fascista. Y uno de los más fanáticos apologetas del capitalismo, lo que vela con una supuesta “crítica” de aquél.
[2] Si utilizamos sus métodos y procedimientos somos como ellos, y eso sería nuestra peor derrota, de la misma manera que no ser como ellos es lo más decisivo de nuestra victoria. Ser diferentes y otros, conservando nuestra superioridad moral a toda costa, vencer por virtud, son las señas de identidad de nuestro proyecto. Porque fines y medios van unidos, y son en esencia lo mismo, de tal manera que los medios son fines también.
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¿Fascismo LGTBI? ¿Donde? Heriberto deliras.
Y a tí ya te vale con lo de Heriberto…no se… ¿Federico?.
Da la cara y escupe de una vez lo que tengas que decir y deja de actuar como un cobarde.
Por tu fantasmagórico y petulante nick (internacional paisanista), y por el tono y contenido que te delata ¿quién me dice que no seas Heriberto con otro alias? ¿Y por qué tendría yo que identificarme ante tí? La homofobia, el racismo, la xenofobia y el machismo, atrasan, y básicamente son un problema de incultura y mala educación.
Por la simpleza de tus acusaciones se puede intuir tu procedencia guetícola. El simplismo sí que es un atraso. Nadie te pide que te desenmascares, sino que hables claro en vez de tirar la piedra y esconder la mano o soltar puyas irrelevantes de parvulario.
Además, nombre ya lo tienes, Federico.
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