“OBRAS MORALES Y DE COSTUMBRES (MORALIA)”. PLUTARCO – MADRID 1985

 
En los tiempos de Internet, y de lo que está haciendo Internet con nuestras mentes cada vez más devastadas (léase “Superficiales”, de N. Carr), ¿qué lugar puede tener Plutarco, el moralista romano pagano, en nuestras vidas? Probablemente ninguno, pues los neo-siervos de la contemporaneidad, tan autosatisfechos, arrogantes, ignorantes, ininteligentes, fanatizados y narcisos, aman apasionadamente sus cadenas y se oponen con furor no sólo a toda exhortación a romperlas sino a meramente señalar que existen.
 
En esta situación sería mucho pedir que leyesen los cinco tomos de la obra citada, por tanto es más realista limitarse a recomendar una sección del quinto, la que lleva por título “Sobre la fortuna o la virtud de Alejandro”.
 
Plutarco vivió, aproximadamente, entre los años 46 y 120 de nuestra era, como funcionario del Estado romano. Escribió bastante y en el terreno de la ética, concebida como práctica, como vida vivida día a día, sus obras más importantes son “Vidas paralelas” y “Obras Morales”. Sí, ya sé que los predicadores, apóstoles y misioneros de la amoralidad estatal-burguesa habrán dado un respingo al leer “morales”, y habrán tomado la tea con la que encender la hoguera en la que quemar esos textos.
 
Pero no hay por qué alborotarse en demasía: Plutarco no era cristiano, y no hay ninguna referencia a que tuviera nada que ver con el cristianismo naciente, en ese tiempo un movimiento aún muy reducido. Tranquilos pues.
 
Los aficionados a las hogueras llegan tarde. Hace ya mucho que Occidente ha liquidado a Plutarco. Durante siglos ha sido una lectura que ha construido al sujeto de la cultura occidental en lo mucho que tiene de bueno y en lo bastante que tiene de malo. Pero llegó un día, con la revolución francesa y las revoluciones liberales (la Constitución de 1812, por ejemplo) en que el Estado, y su aventajado retoño, el capital, necesitaban de sujetos lo más débiles, cobardes, sin grandeza y serviles posible, además de lo más ininteligentes, perversos, asociales y egotistas que se pudiese lograr, vale decir, de sujetos sin virtud. Y como Plutarco es el pensador por excelencia de la virtud se le retiró de la vida real y se le hizo personaje de museo.
 
En la edad del politicismo y el economicismo, las dos viles pasiones con que el poder constituido entretiene hoy a la plebe, la ética, por muy pagana que sea, carece de sitio. Pero, ¿no exagera Plutarco la función de la ética?, ¿no es eticista? Sí, lo es, pero eso no importa demasiado ahora.
 
La ética, entre otras funciones, realiza la construcción prepolítica del sujeto, le dota de cualidades, de capacidades, por tanto de virtud. Por ello Plutarco interesa a quienes estamos decididos a realizar una revolución integral: dado que ésta sólo puede ser obra de personas reales que sean muy competentes y capaces, o por decirlo al modo antiguo, muy virtuosas, lo que él expone nos es decisivo. Los socialdemócratas, los expertos en el arte de autodestruirse, los devotos de lo monstruoso y los seres sin alma pueden ignorarlo, nosotros no.
 
En la obra citada Plutarco realiza la etopeya (retrato moral) de Alejando el Grande. Plutarco lo presenta como persona, no como jefe político y militar, y arguye que sus hazañas provienen de su virtud, que ha sido querida y autocultivada por Alejandro, y no de la suerte, azar o fortuna. Le presenta como “un baluarte de virtud” y le ofrece como modelo a la juventud.
 
¿En qué cualidades se concreta la virtud de aquél? Hace esta lista, “fidelidad a los amigos, frugalidad, dominio de sí mismo, buen hacer, ausencia de temor a la muerte, coraje, humanismo, afabilidad en el trato, integridad de carácter, firmeza en sus decisiones, rapidez en la acción, deseo de gloria y una eficaz predisposición a todo asunto elevado”. Sin duda, estas cualidades, dejando de lado el deseo de gloria, por vano y egolátrico, son excelentes, y estaría bien que cada una (las mujeres también, y en primera fila, por favor) y cada uno se forjara un pequeño plan para interiorizarlas, practicarlas y hacerlas parte sustantiva de su modo de estar en el mundo. La ética es actividad, es un hacer, no se trata de cháchara.
 
Ese conjunto de cualidad, sigue Plutarco, las autocultivó en sí Alejando por “amor a la Virtud” (la mayúscula inicial es suya).
 
Ahora bien, los que deseen ser meramente seres basura, o seguir dañándose a sí mismos con fruición, o continuar jugando a “subvertir” el sistema desde la adhesión a los disvalores del sistema (la amoralidad e inmoralidad entre otros), pueden prescindir de estas antiguallas.
 
Por el contrario, quienes deseamos “vencer por virtud”, o mejor aún, luchar por virtud y al mismo tiempo hacer de la virtud una de las metas de nuestra lucha, privada y pública, tenemos que autoconstruirnos, autogestionarnos a nosotros mismos, no permitir que nos construya ni haga ni gestione el sistema, para llegar a ser, como Alejando, “imágenes de virtud y valentía”, pero de otro modo y con otros fines.
 
Entonces podremos realmente luchar, que es la forma superior de vencer. Pero, cuidado, la virtud no es sólo medio, es también fin. Por tanto, se ha de ir a la revolución integral también para crear una sociedad en que haya libertad para la virtud y libertad para ser virtuosos-as por convicción interior (aquélla no puede imponerse), las cuales hoy no existen.
 
Eso sí será una gran, una enorme, una portentosa revolución.
 
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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Anónimo

    Ya lo tengo encargado. Mañana empezaré a leerlo.

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