FASCISMO Y EXTREMA DERECHA HOY EN EUROPA (I)

En determinados ambientes existe el hábito de utilizar el vocablo “fascista” de una forma frívola y carente de rigor, como un insulto para descalificar a los adversarios políticos. Quienes usan el vocablo de ese modo son los que necesitan ocultar que están bastante impregnados de ideas y prácticas fascistas, en la forma de fascismo de izquierda, o estalinismo, según el dicho “te lo llamo para que no me lo llames”.
 
​En este asunto la exactitud analítica y la precisión epistemológica son imprescindibles.
 
La teoría del fascismo fue creada por Benito Mussolini en los años 20 del siglo pasado, aplicándola a la vida política de su país hasta 1945. De él la toman los nazis, Falange Española y otros muchos movimientos. El fascismo se inspira, entre otras fuentes, en la práctica del partido bolchevique en Rusia, tras 1917. Su noción central es la de “revolución fascista”, que en el falangismo adopta la forma de “revolución nacional-sindicalista”. Se sustenta en el repudio de la noción de soberanía popular, con rechazo del régimen parlamentarista y partitocrático propio del liberalismo, sustituido por lo que el franquismo denominaría “democracia orgánica”, o entramado corporativo y funcionarial designado por el Caudillo y responsable únicamente ante él, operante por tanto de arriba a abajo. En dicho régimen el poder de mandar es patrimonio de una minoría, organizada en el partido único. El pueblo no participa en la vida política, permaneciendo como masa pasiva, sometida y excluida, a la vez que severamente reprimida policial, judicial y militarmente. Conviene señalar que aunque hoy el vocablo fascismo es percibido por algunos como una injuria, en sí mismo nombra un orden político y nada más, organizado desde un cuerpo argumental sólido y bien construido. Así será utilizado aquí.
 
El fascismo es un sistema de gobierno con caudillismo unipersonal, partido único y milicias para la acometida callejera a las clases populares, poder efectivo de las corporaciones, estatolatría vehemente, ausencia de división de poderes, sindicalismo de integración entre obreros y patronos que pretende “superar” la lucha de clases (sindicato vertical franquista), Estado de bienestar, inexistenciade libertades formales (de expresión, de reunión, de asociación, etc.), policía política omnipresente y todopoderosa, indefensión legal, uso habitual de la tortura y el asesinato impune en bien del partido único y el Estado, adoctrinamiento monista de la población, preferencia por el capitalismo de Estado y salvaguarda del capitalismo privado, identificación con una fe religiosa, tecnolatría, monetización de la vida social, ausencia de garantías jurídicas, nacionalismo con militarización y belicismo, férrea subordinación del individuo, anticomunismo y, más aún, animadversión a la revolución popular.
 
Así pues, el fascismo es otra forma de dominación del bloque ente estatal-clase patronal. Tiene diferencias con el sistema liberal pero en lo principal y decisivo coincide con él, al mantener la centralidad del orden constituido. Eso explica lo fácil que es derivar del fascismo al liberalismo, como tuvo lugar en España en 1974-1978. Y viceversa.
 
​El fascismo ha ido adoptando diversas aplicaciones concretas del modelo original pergeñado por Mussolini. La más singular fue la que se dio en la Unión Soviética y los países subordinados a ella, donde el capitalismo de Estado constituido por el partido comunista creó un aparato político en lo esencial fascista, aunque con una retórica diferenciada, “proletaria”. Dicho fascismo de izquierdas, o estalinismo, que fue el que Orwell denuncia principalmente, se da hoy en China, Cuba, Vietnam y, sobre todo, Corea del Norte, un sistema de fascismo explícito, tiranía teorizada, estatismo desmesurado y capitalismo de Estado que se guía teóricamente por el marxismo. Han existido -todavía subsiste alguna de ellas- dictaduras militares que se aproximan al esquema fascista, del que toman diversos elementos, en su forma de derechas (Chile, etc.) y de izquierdas (Etiopía, etc.). El fascismo de izquierdas puede ser tan patibulario como el de derechas, por ejemplo, los jémeres rojos en Camboya (su nombre oficial era Partido Comunista de Kampuchea), donde asesinaron a 1,5 millones de personas entre 1974 y 1979. Han existido también diversas manifestaciones híbridas, a mitad de camino entre fascismo y parlamentarismo. El verdadero partido fascista es siempre el ejército, lo que fue así incluso en la Alemania hitleriana, dado que Hitler fue poco más que una marioneta del Estado Mayor de las fuerzas armadas, por no citar el caso de España.
 
En el presente, la manifestación más sustantiva de fascismo en el plano mundial se da en los países de religión musulmana. El esquema doctrinal del islam es, en esencia, el mismo que el elaborado por Mussolini, de manera que uno y otro coinciden en lo importante, diferenciándose en cuestiones de segundo orden. La expresión teofascismo, o fascismo teológico, recoge esa realidad, lo que explica que ninguno de tales países conozca hoy ni siquiera un régimen de libertades formales y derechos individuales y colectivos de tipo liberal-constitucional.
 
De los 23 países musulmanes del planeta (incluida Turquía) no hay ninguno en que el pueblo tenga libertades formales y prerrogativas jurídicas básicas, en que el individuo de la calle no esté inerme ante las inevitables arbitrariedades del poder, de todo poder, y pueda hacer valer sus intereses y necesidades. Ello contribuye a explicar, descendiendo al terreno de lo económico y social, que en los países musulmanes la riqueza esté muy desigualmente repartida, y que las diferencias de renta entre ricos y pobres resulten ser mayores que en ningún otro lugar, lo que es una consecuencia de la falta de libertades populares. Los países islámicos son el paraíso de los ricos, de los poderosos, de las minorías poderhabientes, hasta un punto que no han podido lograr, por el momento, las élites occidentales. De ahí su entusiasmo por el islam, que viene de lejos, de siglos atrás.
 
La islamización de Europa significaría el retorno a prácticas sociales casi universalmente repudiadas, por ejemplo, la reintroducción del esclavismo en Europa, pues en países musulmanes tan próximos geográficamente como Marruecos y Mauritania siguen existiendo esclavos, esclavos en el sentido de personas sometidas a una dependencia servilcompleta, como en tiempos de Roma y Espartaco, lo que muy bien conocen las potencias europeas, que cierran diplomáticamente los ojos. Pero quienes se llevarán la peor parte en ese proceso de islamización serán las mujeres europeas. A ellas as confinaría en un hiper-patriarcado que se haría aún más pesado al estar combinado con relaciones esclavistas-sexistas al servicio de un capitalismo depredador, implacable.
 
En Túnez se ha conseguido hacer retroceder al totalitarismo religioso por la formidable presión día a día de la sociedad civil, pero todo ello en una situación precaria e inestable. En Turquía, el gobierno de R. T. Erdogan está actuando conforme a un programa estratégico al parecer diseñado hace mucho, cuya meta es la completa islamización,como forma de fascistización de la sociedad turca, en beneficio del gran capitalismo y de su Estado,que desean rehacer el imperio otomano y contribuir desde dentro de la UE a la fascistización de Europa toda. Erdogan está aplicando a la situación política la concepción islámica sobre el califato y el califa, idéntica a la del franquismo sobre el caudillaje y el caudillo, en este caso Franco. Para realizar la completa conversión al fascismo de Turquía sigue el camino de Adolfo Hitler en los años anteriores a 1933, incluida la acción callejera de bandas de milicianos de extrema derecha clerical-patriótica, que están sembrando el terror de manera cada vez más similar a como hicieron las SA en Alemania, lo que ya realizaron los islamistas en Argelia hace treinta años. La situación es tan tensa que ha comenzado la huida del país de personas que temen por sus vidas, que no desean padecer las redadas masivas e incluso matanzas que temen sucederán en cuanto aquél tenga un mayor poder, muy pronto. Erdogan ha sido durante muchos años el ejemplo que el islam “moderado” ponía de régimen político deseable, y una figura enaltecida por la izquierda española. Su evolución lo dice todo sobre la verdadera naturaleza de aquél y de ésta.
 
Además, está el fascismo bronco y senil de los Saud de Arabia, cuya base social es el dominio de todo el país por los 5.000 integrantes de esa familia, y el fascismo virulento, aunque mejor organizado y más dinámico, de los ayatolás iraníes que institucionalmente es muy similar al orden político franquista, también porque se constituyó sobre la base de una guerra civil de facto contra las clases populares, en 1979-1982, con matanzas de trabajadores y otros antifascistas. No existe ningún país, ni ha existido anteriormente, en donde el islam tenga en cuenta y realice las nociones de libertad política, menos aún las de libertad de conciencia y libertad de expresión. La libertad, en cualquier de sus manifestaciones, y el islam han demostrado no ser compatibles.
 
La negación del principio de la soberanía popular por aquella religión es la base del orden jerárquico, centralizado y dictatorial que instaura allí donde tiene la potestad de hacerlo. En el islam la soberanía, toda ella, pertenece al Estado, en su forma islámica, no al pueblo, estando ahí el meollo de su coincidencia con Mussolini, quien resumió el ideario fascista con la frase “todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. Por Estado islámico ha de entenderse el clero musulmán unificado con la maquinaria estatal, bloque que se eleva a clase propietaria de los principales recursos económicos, organizados en el presente como capitalismo de Estado. La “sharía”, o ley islámica, regula el conjunto, aunque sólo de manera formal o simbólica, pues en sí misma no es apta para regir sociedades de la complejidad de las actuales, como se observa en los hechos.
 
Ciertamente, aunque la situación es hoy así puede cambiar. El libro de Ayaan Hirsi Alí tiene un título que es un esperanzador plan de trabajo, “Reformemos el Islam”, si bien sus contenidos son insuficientes. Para lo que ahora nos ocupa se trata de emitir juicios simplemente políticos, no teológicos, y en este campo las cuestiones decisivas son la soberanía popular, la libertad de conciencia y la libertad de expresión, la revisión de la historia del islam para purgarla de la apología del colonialismo e imperialismo, la renuncia a la violencia como procedimiento para expandirse, la equiparación jurídica y política de la mujer con el varón, la sustitución del mito irracionalista de al-Andalus por la verdad documentada sobre al-Andalus, el esclarecimiento de la relación entre islam y nazi-fascismo con particular atención a la guerra civil española, la eliminación del “delito” de blasfemia, la separación entre el clero musulmán y el Estado, la salvaguarda de los derechos de homosexuales y lesbianas, la promulgación de un cuerpo legal objetivo sobre la base de la soberanía popular, la afirmación de la centralidad de la persona en tanto que realidad básica que es por sí y desde sí y el boicot a las dictaduras petroleras hoy en ejercicio. La biografía de aquélla, Hirsi Alí, y no sólo su obra escrita, es ilustrativa de la situación y los problemas que afronta esa religión.
 
La línea divisoria primera entre los sistemas fascistas seculares y los que no lo son (éstos a su vez se diferencian en dos corrientes, los liberales parlamentaristas, presentes, y los revolucionarios populares, futuros) está en la libertad de conciencia y la libertad de expresión. Un país es libre si hay tales libertades para el pueblo. Está sometido a una dictadura liberal cuando se dan de un modo formal (por ejemplo, como aparecen en la Constitución española de 1978). Gime bajo un orden fascista si dichas libertades no existen. Del mismo modo, un partido está en una deriva fascistizante, o totalitaria,si no sitúa en el centro mismo de su programa la noción seminal de libertad de conciencia (como metaestratégica, logro estructural y cosmovisión personal) de la que se derivan todas las demás libertades.
 
Las fuerzas y movimientos que vulneran la libertad de conciencia, al perseguir la libertad de expresión (feminismo neo-patriarcal, racismo antiblanco, inquisición policiaca para el exterminio de la “islamofobia”, neo-estalinismo cultural y estalinismo residual, partidos caudillistas, etc.)valiéndose de la censura, la exclusión, los linchamientos públicos, las cazas de brujas, las amenazas, las agresiones, la conversión de las opiniones disidentes en “blasfemias” y cualesquiera otro procedimiento, son o bien fascistas o bien fascistizantes con independencia de la retórica y fines últimos que digan perseguir. Igualmente, las personas que no sitúan en el centro de sus quehacer diario el principio natural de la libertad de conciencia y la libertad de expresión, conforme a la fórmula “la palabra no delinque”, o son fascistas o están impregnadas de ideas fascistas o están evolucionando hacia el fascismo.
En el ámbito de la ética personal garantizar la libertad de expresión irrestricta a todo aquel, individuo o comunidad, que está en contra de lo que uno mismo propone y defiende, trabajar para que quienes nos critican e incluso persiguen puedan disfrutar de la libertad para explicarse y argumentar, es el componente sustantivo de la noción revolucionaria sobre la libertad del otro. Ésta sostiene que los argumentos se responden con argumentos, que a las ideas equivocadas se oponen ideas mejor construidas y que las manifestaciones expresivas perversas se combaten con construcciones intelectuales centradas en la noción de verdad suficiente. Jamás es legítima la censura y el recurso a la fuerza sólo es admisible como defensa justificada ante un asalto físico, sin que ello vaya unido a la negación del derecho a la palabra a nadie, tampoco a los agresores. Los revolucionarios somos los perseguidos, no los perseguidores; los censurados, no lo censores; los linchados, no los linchadores. Por eso somos incompatibles con el fascismo, el fanatismo y el totalitarismo en cualquiera de sus formas.
 
(Continuará)
 
 
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Esta entrada tiene 3 comentarios

  1. Ronaldinho

    La mayoría cree que el fascismo es distinto al liberalismo pero es mentira, es el mismo sistema en otras circunstancias y mucho más agresivo, ante el comunismo y también ante cualquier revolución popular.

  2. Ronaldinho

    " Erdogan ha sido durante muchos años el ejemplo que el islam “moderado” ponía de régimen político deseable, y una figura enaltecida por la izquierda española. " usted vive en su mundo aparte donde la izquierda alaba a erdogan, el islam va a conquistar europa, la cultura europea es la única que vale y todos los males del mundo los ha hecho lenin.

  3. Juan

    Que sarta de sandeces trata este escrito. El fascismo bajo ninguna circunstancia puede ser asociado al comunismo, jamás!!. Ni mucho menos al capitalismo nunca!!!, Es un sistema que combaten a esos dos compadres que son el capitalismo depredador y hambreador de los pueblos de la tierra; y al comunismo talmudico y sionista. El fascismo ni siquiera puede ser asociado al nacionalsocialismo..en fin habría que emplear mucha tinta para desmontar este escrito sionista, lo cual ya está más que comprobado la desvinculación existente entre fascismo y capitalismo y comunismo. Para acabar el fascismo y el NS son la tercera opción de desarrollo para los pueblos de la tierra..

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