Es ésta una acusación que se oye cada vez más, debido a que cada día más mujeres aparecen como defensoras conscientes y activas de la marginación y opresión de la mujer, o para ser más exactos, de ciertos colectivos de mujeres, los formados por las féminas de las clases populares.
El caso concreto a que se refiere este texto es el de Bassima Hakaoui, ministra de Solidaridad con la Mujer en el nuevo gobierno marroquí, presidido por el islamista Abdelilah Bankirane, así calificada por las mujeres y los hombres que en ese país pelean por la emancipación integral de la mujer. Pero en todas partes, y cada día más, hay numerosas mujeres, y numerosos colectivos de mujeres, cuya meta es mantener a las de su sexo bajo el dominio del poder constituido de una forma peculiar. Ellas forman el inmenso grupo de las mujeres machistas, o neomachistas.
Es conveniente entender que la opresión de la mujer, tanto en la forma patriarcal como en la neopatriarcal, es un tipo de organización política que resulta de las decisiones del ente estatal y de quienes usufructúan la propiedad privada concentrada, no de los cromosomas y hormonas de los varones. El caso de esta mujer, Bassima, y cientos de miles como ella en todo el mundo, ayuda a comprenderlo. Dicho de otro modo, la dominación sobre la mujer es un acto político, se deriva de la política y la economía, no de la biología del varón, o de su maldad intrínseca e inerradicable. Que haya habido muchas mujeres siempre comprometidas con el patriarcado (hoy, entre nosotros, con el neopatriarcado) y actuando a su favor lo prueba.
Poner en primer lugar, como elemento causal, los factores biológicos, además de ser un asunto muy equivocado, pues el ser humano es cualitativamente distinto de su biología, trae malos recuerdos. Esa es precisamente la concepción nazi. Al dividir a los humanos en razas y al hacer de lo físico la expresión más sustantiva de tales diferenciaciones, los nazis preconizaron (y preconizan) un biologicismo militante que en nada esencial se distingue del propugnado por quienes señalan que las discordancias biológicas entre hombres y mujeres son determinantes, haciendo a los primeros verdugos y a las segundas víctimas, y eso desde siempre y para siempre.
Por eso quienes practican, en la cuestión de la mujer, la androfobia, esto es, el odio a los varones, de manera directa o indirecta, están coincidiendo con el nazismo. No son aquéllos en general quienes oprimen a las mujeres sino unas determinadas formas de poder y propiedad. Y no son todas las mujeres las que padecen la opresión, ni las que son víctimas del régimen de opresión de su sexo, sino unas ciertas mujeres, una parte de ellas, mientras otras, también numerosas, se benefician.
No hace falta, por el momento, ir a demostrar que el patriarcado emerge y triunfa con la anuencia y cooperación de grandes grupos de féminas, hace milenios. Hay libros interesantes al respecto, algunos escritos por mujeres, que lo muestran. Atengámonos, empero, a nuestra historia inmediata para ver que han sido, y son, grandes masas femeninas las que han apoyado activa y fieramente el patriarcado. Veámoslo en la guerra civil.
En el bando franquista cerca de un millón de féminas estaba en organizaciones de mujeres de extrema derecha al acabar la contienda, sobre todo en la Sección Femenina de Falange y en Las Margaritas de la Comunión Tradicionalista, salvaguardando activamente el patriarcado y, en ocasiones, dando su vida por él.
En el bando republicano, o antifranquista, encontramos lo mismo en esencia. Cuando en 1936 milesde mujeres cogen el fusil y se lanzan a la lucha, lo que fue un actuar magnífico, todas, digo todas, las organizaciones femeninas del republicanismo y la izquierda (Mujeres Libres también), con más o menos doblez o virulencia, desautorizan a aquellas heroínas y corean la consigna de las mujeres a la retaguardia, dejando el frente como espacio exclusivo de los varones. Aquí unas féminas se enfrentaron a otras en un asunto central.
Este caso es una manifestación obvia de que el machismo es cosa de ciertas mujeres y organizaciones de mujeres, por más que éstas se digan emancipadoras de las féminas.
Las y los que culpan a los hombres y exculpan al Estado de la preterición de la mujer arguyen que, puesto que el hombre es homicida por naturaleza, debe ser la ley positiva la que proteja a aquélla de una violencia supuestamente de base biológica, innata al varón, que siempre estará ahí. Pero ese aserto tiene dos objeciones. Una, que el Estado, hasta el presente es sobre todo una organización de hombres, con las mujeres en minoría dentro de éste (aunque incrementado su porcentaje de manera muy rápida), por tanto, lo que demandan las y los partidarios de la androfobia es que los hombres defiendan a las mujeres, con lo cual se auto-refutan.
El segundo mentís está en la creciente incorporación de féminas a actividades no sólo violentas sino en muchos casos genocidas en beneficio de los poderes constituidos, misóginos. Por ejemplo, las operaciones de bombardeo contra Libia realizadas por la OTAN en 2011 fueron dirigidas por la brigadier del ejército del aire de EEUU Margaret Woodward, de 51 años, piloto de combate ella misma. El argumento de que la señora Woodwart resulta excepcional no se tiene de pie pues cientos de miles de mujeres, quizá millones ya, se están incorporando a los ejércitos, y a las policías, por todo el mundo, y con su actuar mantienen el actual sistema de discriminación y opresión de las mujeres. En unos pocos años su número se multiplicará.
Por otro lado hay millones de varones que defienden y se esfuerzan por llevar adelante la pelea por la emancipación total de las mujeres contra el patriarcado y el neopatriarcado, contra los hombres y las mujeres que lo mantienen.
Por tanto, el machismo no es cuestión de cromosomas y hormonas sino de posición política. Quienes en beneficio del ente estatal y la clase empresarial predican sin tregua a las mujeres el odio a los hombres, quienes las pretenden aleccionar en el determinismo biológico y en victimismo (que es y será siempre feminicida), sean hombres o mujeres, son defensores del patriarcado renovado, del neomachismo.
En particular, esa minoría de mujeres que tanto grita contra los hombres en general, que desea por encima de todo enfrentar a las mujeres con los varones, y a éstos con aquéllas, es hoy uno de los reservorios esenciales de machismo, pues la división por sexos que promueven frena la acción emancipadora antisistema, que es la clave de todo.
De cada una se ha de decir, igual que de la ministra marroquí, “es una machista”.
El artículo está muy bien. Me gusta.
Y si creo que haya que decir: es una machista.
Muchas veces lo he dicho…
Mauh!!
De acuerdo.
Félix