Texto que me envía «OBLOMOV»
«Pero los troyanos estaban ya ofuscados, y condujeron el monstruo con gran júbilo hasta el castillo. Entre la locura de aquel público regocijo, sólo permanecía impasible la profetisa Casandra, hija del rey de Troya. Jamás había pronunciado una palabra que no hubiese resultado verdadera, pero siempre tuvo la desgracia de no ser creída. También esta vez, habiendo observado en el cielo y en la naturaleza ciertos presagios de mal agüero, precipitose al exterior del palacio, los cabellos al viento, poseída del espíritu de profecía. Sus ojos miraban fijos, irradiando ardor febril, mecíase su cuello como la rama al soplo del viento, y entre profundos suspiros recorría las calles de la ciudad gritando:
– Desgraciados, ¿no veis que estamos rodando por la pendiente del Hades? ¿Que nos hallamos al borde de la ruina? Veo la ciudad llena de fuego y de sangre, salidos del vientre de ese caballo que con tanta alegría habéis subido a nuestra fortaleza. Pero no me creeréis ni que os lo diga mil veces. Estáis consagrados a las Erinias, que se vengan en vosotros del matrimonio adúltero de Helena.
Y, efectivamente, la profetisa fue objeto de risas o de vituperios; de vez en cuando, le decía uno de los transeúntes:
– ¿Has perdido, pues, todo el recato que conviene a tu condición de doncella, Casandra? ¿Te has vuelto loca al correr de este modo por las calles sin reparar en que las gentes te desprecian, charlatana insensata? Vuelve a tu casa si no quieres que ocurra algo peor.»
Gustav Schwab (1792-1850)
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«Lo malo de los que sufren manía persecutoria es que tienen razón.»
Jaume Perich (1941-1995)
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«Can you feel the silence?»
Van Morrison (1945)
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Cuando Ewald Jürgen von Kleist en 1745 y Pieter van Musschenbroek en 1746 hicieron los primeros experimentos almacenando electricidad en la botella de Leiden científicos de toda Europa y, unos años después, de Estados Unidos se pusieron a experimentar como endemoniados. Aquellos científicos hacían ciencia sencilla, ciencia de la buena. Se limitaban a usar los cinco sentidos y anotaban sus observaciones. Unas décadas después, aún en el siglo XVIII, atesoraban un valioso acerbo sobre los efectos de la electricidad en las personas, animales y plantas, una lista con 16 efectos terapéuticos y neutros y 33 efectos no terapéuticos. De estos últimos, las personas sensibles a la electricidad los reconocerán casi todos. ¿Qué pensar cuando la ciencia y la medicina oficiales no hacen caso de esa lista? ¿Qué hace la caterva de médicos y científicos oficialistas funcionarios a sueldo del estado o del gran capital -son la misma cosa- a parte de cobrar su buen sueldo, ponerse una bata blanca y adoptar actitudes pedantescas?
Arthur Firstenberg (1950. Brooklyn, New York) matemático y médico estudioso de la contaminación electromagnética nos desvela estas y otras cuestiones narrando la historia de la electricidad desde sus inicios hasta hoy, haciéndonos conscientes de que muchas enfermedades cardíacas y neurológicas, además de la gripe, la obesidad, la diabetes y el cáncer, así como multitud de problemas medioambientales (entre ellos la extinción de los bosques y la acidificación del suelo) han sido causados en gran parte por la contaminación eléctrica asociada a nuestro «progreso»: el telégrafo, el cableado eléctrico, el teléfono, la radio, el rádar, la televisión, los satélites, el ordenador, la telefonía móvil, el HAARP, etc.
Toda la materia, y por extensión el cuerpo humano, es un campo electromagnético vibratorio inmerso en una complejísima red interactiva. Incluso el fluir de nuestra mente, con todos sus pensamientos y emociones, ha de ser entendido como una contínua corriente de variaciones dentro de ese campo vibratorio. Cuerpo y mente ya no constituyen la clásica dicotomía sino una misteriosa sucesión de formas vibratorias en constante transformación. Todo esto, que los antiguos hindúes y chinos ya intuyeron hace milenios al crear la acupuntura y que cualquier estudiante de Química elemental debe conocer, a saber, que la vida se sostiene mediante una multitud de reacciones químicas constituyentes del metabolismo y que toda reacción química supone un desplazamiento de electrones y, por tanto, una corriente eléctrica susceptible de ser alterada por campos y ondas electromagnéticas, al parecer es ignorado olímpicamente por la ciencia y la medicina oficiales que siguen empeñadas en la creencia de que la electricidad es inocua para el ser humano y el planeta.
Firstenberg dedica un capítulo a la envoltura eléctrica de la Tierra. En él, describe las frecuencias y potencias electromagnéticas naturales en las que debe desarrollarse la vida en condiciones normales. Acaba reconociendo que el entorno electromagnético actual de la Tierra no guarda parecido alguno con el que había antes de 1889, año de la implantación de las redes eléctricas a gran escala. Antes de 1889 las alteraciones de las corrientes de muy baja frecuencia y de las resonancias naturales sólo se producían durante las tormentas geomagnéticas. Hoy en día, la tormenta magnética es incesante.
Todos nos vemos afectados por esta lluvia invisible que penetra en la estructura de nuestras células. El metabolismo se ralentiza -todos estamos menos vivos- por culpa de esos campos electromagnéticos. Esta lenta asfixia origina las principales enfermedades de nuestra civilización: el cáncer, la diabetes y las enfermedades coronarias. No hay escapatoria. Con independencia de la alimentación, el ejercicio, el estilo de vida y la genética, la probabilidad de contraer estas enfermedades es mayor que hace un siglo y medio.
El entorno electromagnético de la Tierra sólo ha sufrido en seis ocasiones un cambio cualitativo súbito y profundo. En 1889 comenzó la radiación armónica de la red eléctrica. A partir de ese año, el campo magnético de la Tierra llevó el sello de las frecuencias de la red eléctrica y de sus armónicos. Precisamente en 1889 se empezó a suprimir la actividad magnética natural de la Tierra. Ello afectó a la vida en su totalidad. El inicio de la época de las líneas eléctricas estuvo marcado por la pandemia de gripe de 1889.
En 1918 comenzó la era de la radio. Y lo hizo con la construcción de cientos de potentes emisoras de baja y muy baja frecuencia, precisamente las frecuencias que más alteran la magnetosfera. La radio vino acompañada de la pandemia de gripe de 1918.
En 1957 comenzó la era del radar. Y lo hizo con la construcción de cientos de potentes estaciones de radar que infestaron las latitudes altas del hemisferio norte, lanzando al cielo millones de vatios en forma de energía de microondas. Los componentes de baja frecuencia de esas ondas viajaron por el hemisferio sur en líneas de campo magnéticas, contaminándolo también. La era del radar vino acompañada de la pandemia de gripe asiática de 1957.
En 1968 comenzó la era de los satélites. Y lo hizo con el lanzamiento de docenas de satélites cuya potencia de transmisión era relativamente débil. Pero, como ya estaban en la magnetosfera, esta se vio afectada en la misma medida que por la pequeña cantidad de radiaciones que había recibido de la superficie del planeta. La era de los satélites vino acompañada en 1968 de la pandemia de la «gripe de Hong Kong».
Los otros dos hitos de la tecnología – el comienzo de la era inalámbrica en 1996 y la puesta en marcha del proyecto HAARP en 2007- son muy recientes y los comentaremos más adelante.
Estudiando una enfermedad coronaria que apareció entre los operadores de radio, Firstenberg, sin proponérselo, da con uno de los muchos trucos de la medicina oficial: en lugar de prevenir o curar la enfermedad se le cambia el nombre. El mal de las ondas de radio fue llamado sucesivamente enfermedad de las microondas, neurastenia, corazón irritable, síndrome de Da Costa, síndrome del esfuerzo y astenia neurocirculatoria. La secta de los freudianos no podían faltar a esta verbena de los cambios de nombre y asestaron dos nuevas denominaciones (neurosis de ansiedad y falta de carácter), eso sí, siempre culpabilizando a la persona y proporcionando coartadas al sistema. Sistema que siempre ha utilizado los «avances» tecnológicos para usos militares (telégrafo en la guerra de secesión norteamericana, radio en la I guerra mundial, radar en la II guerra mundial, satélites en la guerra llamada fría y ordenador, telefonía inalámbrica y HAARP en la actual guerra de dominación y control social) haciéndoles pagar el pato a los soldados al usarlos como conejillos de indias.
Firstenberg hace hincapié en el aumento de la incidencia de los acúfenos (uno de los primeros síntomas de la electrosensibilidad) en los últimos treinta años y anuncia que en menos de dos décadas, cuando los ordenadores, teléfonos móviles, luces fluorescentes y un crescendo de señales de comunicación inalámbrica y digital hayan conquistado hasta el último recoveco de nuestro entorno, al menos un 25% de los adultos y el 50% de los niños estarán inmersos en un mundo en el que deberán vivir, aprender y desenvolverse tratando de ignorar la ineludible presencia del intrusivo ruido electrónico. Las personas electrosensibles son los «canarios de la mina de carbón» de cuyas advertencias la sociedad está haciendo caso omiso.
El libro se cierra con la descripción de la última locura que se está llevando a cabo ahora mismo, la brutal proliferación del envío de satélites a la ionosfera por parte de las grandes multinacionales de telecomunicación y servicios. Dada su importancia y actualidad transcribo literalmente algunos de sus párrafos:
«En el 2017 estaban en funcionamiento 1.100 satélites artificiales de todo tipo, orbitando alrededor de la Tierra. A finales del 2019, ese número se había duplicado. En el 2020, varias compañías compiten por lanzar nuevas flotas de entre 500 y 42.000 satélites cada una, con el propósito de llevar internet de alta velocidad a los rincones más remotos de la Tierra y captar a miles de millones de clientes potenciales para convertirlos en usuarios de las redes sociales. Este plan requiere satélites que orbiten bajo, a poco menos de 340 km de altitud, para dirigir sobre la Tierra rayos mucho más precisos con una potencia irradiada efectiva por rayo de hasta 20 millones de vatios. Algunas de estas compañías nos resultan familiares: Google, Facebook y Amazon. Otras son menos conocidas, al menos por el momento. Space X es la compañía de transporte espacial creada por el multimillonario Elon Musk, el hombre que se ha propuesto crear una colonia en Marte… y llevar internet de alta velocidad a ambos planetas. One Web, con base en el Reino Unido, ha atraído a grandes inversores como Qualcomm y Virgin Galactic, y cuenta con Honeywell International como primer gran cliente. Google, además de invertir mil millones de dólares en el proyecto de Musk, tiene un contrato para llevar internet a zonas remotas de la selva amazónica de Perú valiéndose de globos aerostáticos.
En el momento en el que este libro iba a entrar en imprenta (2017), Space X había presentado solicitudes para instalar 42.000 satélites ante la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos y ante la Unión Internacional de Telecomunicaciones, y estaba en proceso de lanzarlos, en tandas de 60 unidades. Space X anunció que en cuanto hubiera lanzado 420 satélites -lo que proyectaban para febrero del 2020-, se pondrían en marcha y comenzarían a prestar servicio a algunas zonas del planeta. One Web solicitó el permiso para lanzar 5.260 satélites a lo largo de enero del 2020; sus previsiones eran dar comienzo al servicio en el Ártico y la Antártida a finales del 2020 y ofrecer un servicio completo a escala global a través de 650 satélites en el 2021. Telesat, con sede en Canadá, espera emprender el lanzamiento de su flota de hasta 512 satélites en el 2021 y ofrecer servicio global en el 2022. Amazon proyecta que sus 3.236 satélites presten servicio a todo el mundo, excepto el Ártico y la Antártida. Facebook, hasta ahora, cuenta con una licencia experimental de la Comisión Federal de Comunicaciones para construir satélites en virtud de la cual no está obligado a hacer públicos sus planes. Hay una compañía nueva, llamada Lynk, también con una licencia experimental, que tiene previsto desplegar «varios miles» de satélites en el 2023 y afirma que va a «convertir todos los teléfonos móviles en satélites móviles».»
En fin, ya no se conforman con la Tierra, necesitan emperrunar también la ionosfera.
Charles Bukowski (1920-1994) escribió este poema en febrero de 1991:
DINOSAURIOS
nacidos así
en medio de esto
mientras maestros de escuela sonríen
mientras Doña Muerte ríe
mientras los ascensores se rompen
mientras panoramas políticos se desintegran
mientras titulados universitarios trabajan de recaderos
mientras peces envueltos en petróleo escupen presas
envueltas en petróleo
mientras el sol está enmascarado
hemos nacido así
en medio de esto
en medio de guerras prudentemente locas
en medio de visiones de fábricas con vacías ventanas rotas
en medio de bares donde la gente ya no habla
en medio de peleas que pasan de los puños a las pistolas y a las navajas
nacidos en esto
entre hospitales tan caros que es más barato morir
entre abogados que cobran tanto que es más barato declararse culpable
en un país donde las cárceles están llenas y los manicomios cerrados
en un lugar donde las masas convierten en opulentos héroes a los ineptos
nacidos en eso
caminando y viviendo a través de eso
muriendo por eso
mutando por eso
castrados
envilecidos
desheredados
por eso
engañados por eso
utilizados por eso
jodidos por eso
enloquecidos y enfermos por eso
convertidos en seres violentos
convertidos en seres inhumanos
por eso
los corazones están ennegrecidos
los dedos buscan las gargantas
la pistola
la navaja
la bomba
los dedos se dirigen hacia un dios insensible
los dedos buscan la botella
la píldora
el perico
hemos nacido en medio de esta lastimosa devastación
hemos nacido en medio de un gobierno endeudado hace 60 años
que pronto no podrá devolver ni los intereses
y arderán los bancos
el dinero no servirá para nada
habrá asesinos libres e impunes por las calles
habrá pistolas y grupos de gente vagando
la tierra no servirá para nada
disminuirán los alimentos
el poder nuclear estará en manos de la mayoría
explosiones incesantes sacudirán la tierra
hombres robot irradiados acecharan a otros hombres
los ricos y los elegidos observarán desde plataformas espaciales
haremos que el Infierno de Dante parezca un juego de niños
no se verá el sol y siempre será de noche
morirán los árboles
morirá toda la vegetación
hombres irradiados comerán la carne
de otros hombres irradiados
el mar estará contaminado
desaparecerán los lagos y los ríos
la lluvia será el oro del futuro
un viento oscuro traerá el hedor de cuerpos putrefactos de hombres y animales
los escasos supervivientes serán abatidos por nuevas y horribles enfermedades
y las plataformas espaciales se irán destruyendo por el desgaste
el agotamiento de suministros
el simple efecto de la decadencia general
y entonces surgirá de eso
el silencio más hermoso jamás oído
y el sol aún oculto
estará esperando el próximo capítulo