Asamblea contra la Fractura Hidráulica de las Meridandes (Burgos)

Entre los pueblos del norte peninsular, en la cornisa cantábrica, el sentimiento de resistencia al invasor ha sido una constante histórica. Se manifestó en las guerras Cántabras, las que tuvo que librar el emperador Augusto para someter al poder de Roma a las últimas tribus rebeldes de Hispania, y en la resistencia nunca doblegada de estas gentes ante la monarquía visigoda de Toledo. Si hacia el 722 los musulmanes creyeron que toda la Península estaba controlada, o que iba a estarlo en breve, se equivocaron, y a pesar de que instalaron guarniciones militares en la zona no llegaron a controlar una región que se caracteriza por su complicada orografía, su lluviosa climatología y lo intrincado de sus bosques.

Emperadores, Califatos, Monarquías, … todos estos cambios en el uniforme y el lenguaje de los gobernantes, poco alteraron la vida cotidiana de las comunidades rurales. Hasta hace bien poco las mismas vigas de roble soportaban las casas de nuestros abuelos. El agua se recogía en las mismas fuentes y ríos, el vino era prensado en las mismas cubas y el pescado cogido desde el mismo tipo de embarcaciones. La apropiación de los recursos naturales por una minoría, y la acumulación de la tierra en manos privadas, fue amplia y obstinadamente desafiada y gran parte del entorno continuó siendo aún un bien común. La gente vivía en las casas que ella misma construía, se desplazaba por medio de sus propios animales, era autónoma en la obtención y el aprovechamiento de las aguas y dependía tan solo de la fuerza de su hacha y de los bosques comunales cuando deseaban calentarse.

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