Todos los años sucede lo mismo, el olor a alcohol, a pis y a vómito domina el ambiente, mientras se escenifica una expresión grotesca de decadentismo extremo, servilismo hacia el poder estatal y adhesión al capitalismo. Tal es el llamado “día del orgullo gay”.
Es una “fiesta” elaborada con lo peor del siglo XX incrustada en el siglo XXI, cuando las circunstancias son otras. En ella todo es rancio, ajado y senil, todo está fuera de época, todo repele. Gentes exhibiendo una alegría postiza y chabacana, mientras sus jefes y jefas, gays y lesbianas, maximizan codiciosamente el dinero que van a lograr de las instituciones del Estado por organizar tal cochinada.
Comencemos por el principio. La homosexualidad y el lesbianismo forman parte de la realidad natural de las sociedades humanas. No hay ahí nada de extraño ni de repugnante en sí mismo, otra cosa es la manipulación de todo ello que efectúa el sistema de poder. La libertad individual y colectiva demanda que cada persona asuma su afectividad y sexualidad, y que pueda vivirla sin injerencias externas, sean estas agresivas o manipulativas. Ser homosexual y ser lesbiana no equivale a ser decadente, inmoral, lamentable. No. Mienten y engañan quienes persiguen la homosexualidad, como es el caso de Putin, alegando que lo hacen para preservar el vigor primigenio de la vida social. Rusia es una sociedad hundida en la decadencia, por causa del autoritarismo de su estructura de poder, de su militarismo, de su perverso sistema capitalista e imperialista, no por la homosexualidad en sí.
En España las cosas son diferentes. Gays y lesbianas viven a la sombra de una izquierda en descomposición, cleptómana, socialdemócrata y dependiente del sistema capitalista, ayuna de todo sistema de valores y de cualquier consideración moral, de facto neopatriarcal y ultra machista. Una izquierda que se está desintegrando, por causa de sus infinitas maldades y atrocidades, con lo que está abriendo camino al auge de la extrema derecha y de los fascismos. En ese cataclismo liquidacionista, el futuro de los gays y de las lesbianas, si no se apartan del estercolero izquierdista, es problemático.
Fue el Estado quién introdujo la homofobia, con las leyes represivas de homosexuales y lesbianas. El mismo Estado que ahora dice que los protege y ampara… El Estado lo hizo, no la gente común heterosexual, pero los gerifaltes del “orgullo”, magníficamente financiados por el ente estatal, acusan a las clases trabajadoras de agredir y perseguir a los homosexuales. Culpabilizan a la gente corriente heterosexual, que es inocente, para exculpar al Estado, que es responsable (de esto y de otras muchas nocividades de gran alcance y extensión).
Ser lesbiana u homosexual no equivale, necesariamente, a estar fusionado con el Estado, a pedir más y más policía, a exigir nuevas leyes represivas, a demandar más beneficios y subvenciones provenientes de los impuestos que a todos nos obligan a pagar. No equivale a ser amoral, reaccionario, hedonista hasta lo ridículo, frívolo, necio y fastidioso.
Los homosexuales y las lesbianas pueden ser, y deben ser, tan revolucionarios, contrarios al capitalismo, hostiles al Estado, morales, decentes y atentos a los problemas de su tiempo como cualquier otra persona, como cualquier heterosexual. Si ello no sucede en bastantes casos es por causa de esa minoría de sinvergüenzas y vendidos que dominan el siniestro montaje del “día del orgullo”, quienes han convertido a buena parte de la comunidad gay en una horda de reaccionarios estatólatras.
Tales prebostes del negocio gay, del capitalismo gay, son además gayfascistas, al sostener que nadie puede disentir en las materias que ellos mandonean. Exigen que cese la libertad de expresión y que todas las personas renuncien a formular sus ideas en estos asuntos, de manera que persiguen a quienes rechazan la homosexualidad, etc. Pero debe haber libertad de expresión igual para todos, para los que están a favor tanto como para los que están en contra. Nadie puede amordazar a nadie, ni practicar el totalitarismo valiéndose, por ejemplo, de la legislación sobre los “delitos de odio”. Quienes tal hagan, deben ser públicamente tildados de fascistas, de gayfascistas.
Su insolente victimismo, fácil recurso para cobrar todavía más de los presupuestos del Estado, tiene que cesar.
Para hundir la demografía e impedir la natalidad, las jefas lesbianas del mega negocio LGTBI se han lanzado a lesbianizar a las mujeres, a todas las mujeres, lo que es un atentado cardinal a la libertad personal de realización de la propia eroticidad. Con ello se han convertido en ejecutoras destacadas del genocidio planetario en marcha, del invierno demográfico, poniendo en peligro el futuro de la humanidad. Esto es un acto criminal del que tendrán que dar cuentas.
Con todo, lo peor es la noción nuclear de homosexualidad que difunden los jerarcas del “orgullo”. Para ellos lo decisivo es la preferencia amatoria y lo secundario la condición de ser humano. En los heterosexuales nadie discute que lo definitivo es lo humano, su naturaleza de seres humanos, quedando su orientación erótica como elemento complementario subordinado y secundario. Pero en la teorética gay en boga lo homosexual desplaza y relega a lo humano, de manera que el individuo se define con olvido de lo decisivo, la condición de ser humano[1]. Como un semi humano o infrahumano. Ahí coincide con los homófobos más agresivos.
Con ello levantan una barrera entre unos y otros, entre heterosexuales y homosexuales, apartando a éstos de la actividad social, cultural, política y revolucionaria, haciendo que el todo de su vida gire en torno a su condición homosexual, lo cual es mutilador, reduccionista, embrutecedor, espantoso. Encerrar a los homosexuales en la cárcel de su homosexualidad es un crimen execrable.
En contra de tan aciaga doctrina hay que afirmar que un homosexual y una lesbiana son, ante todo y por encima de todo, seres humanos, con los atributos inherentes a su condición de seres humanos. Y sólo secundariamente homosexuales o lesbianas.
Me atrevo a proponer las medidas que siguen.
Poner fin al “día del orgullo” y a la ideología que subyace en él. Denunciar a quienes, a sueldo del ente estatal y del grancapitalismo, falsean y adulteran la condición homosexual en su esencial última.
Reformular en lo analítico y doctrinal qué es ser homosexual o lesbiana, poniendo fin a la homofobia implícita de los jefes del “orgullo gay”.
Reconciliar a todas las personas a partir de lo que tienen en común, lo humano en todos sus atributos, sea cual sea su sexualidad.
Librar una lucha perpetua contra la lesbianización de las mujeres, un ejemplo terrorífico de la naturaleza totalitaria y genocida del lesbianismo contemporáneo, mero instrumento del capitalismo para producir en serie mano de obra femenina barata y sobreexplotable.
Aproximar a la comunidad homosexual al ideario de la RI (Revolución Integral), para que sean parte del movimiento popular en pos de un cambio radical social y personal. La RI está al lado del colectivo homosexual en los ataques que éste padece o pueda padecer de la extrema derecha, el conspiracionismo y los neonazis, sin olvidar a la religión fascista y criminal por excelencia, el islam, extremadamente homófoba, lo que no impide que la izquierda toda sienta veneración por ella.
[1] Esta argumentación explica por qué no trato la cuestión homosexual en mi Manual. Este se ocupa de lo general y fundamental humano, no de las particularidades secundarias. No obstante, su lectura, como “Manual para una revolución integral comunal” es recomendable, especialmente para aquellos gays y lesbianas que desean escapar de la trampa doctrinal, emocional y vivencial en que los han metido los manipuladores a sueldo de las instituciones estatales que, hoy por hoy, manejan al colectivo.