Nuevos movimientos sociales: Evolución y perspectivas. En pos de una vía hacia la revolución integral.

Comunicación presentada a la 86 edición del Congreso anual de la SAT (Sennacieca Asocio Tutmonda/Asociación Mundial Anacional), que tiene el ESPERANTO como lengua única. Dicho Congreso tendrá lugar en Madrid, los días 28 de julio al 4 de agosto de 2013. Esta comunicación será ofrecida en ESPERANTO en dicho Congreso.

“No pienses precipitadamente que es

justo lo que quieres,

sino que debes querer lo que es justo”

Erasmo de Rotterdam

          Tratar sobre los llamados nuevos (en realidad, ya antiguos, agotados y vetustos) movimientos sociales ahora significa poner fin a lo que fue, pero ya apenas es, para abrir camino a aquello que exigen las nuevas condiciones. La crisis general en desarrollo de las sociedades europeas está demandando una estrategia global de naturaleza revolucionaria global, no proposiciones sectoriales de carácter reivindicativo y especializado, con un significado adaptativo, actualizador e integrador en el sistema, como han sido y son los nuevos movimientos sociales, y eso sólo en el mejor de los casos.

          Tales expresan una forma peculiar de conservadurismo, un modo de coexistir con el statu quo, una renuncia continuada a crear un nuevo orden social, un nuevo ser humano y un nuevo sistema de convicciones y valores. Emergidos en una etapa de prosperidad y estabilidad del capitalismo, así como de rápido crecimiento del poder de los Estados sobre los pueblos y el individuo, vale decir, en una fase de optimismo contrarracional, vaciamiento de las mentes, dominio del credo socialdemócrata y explosión de decadentismos, su ejecutoria ha sido y es la de “radicalismos” de integración en la hiper-destructiva sociedad de consumo con Estado de bienestar.

          Al ser un epifenómeno de la época de consumismo de masas, ya en retirada, ahora están en reflujo y descomposición, y lo estarán cada vez más a medida que el desplome global de Occidente (sin solución en lo más sustantivo si no hay revolución) avance.

          Es cierto que en los años en que nacen y se desenvuelven los nuevos movimientos, en los países desarrollados de Europa y América, una revolución social, entendida como la destrucción por la presión popular del poder estatal y empresarial, era del todo imposible. Pero sí era posible preparar las condiciones para una futura gran conmoción regeneradora y civilizante, con un esfuerzo múltiple de desarrollo del factor consciente, combate por la verdad, ardor por la virtud, autoconstrucción del sujeto y autoorganización popular más allá de las reivindicaciones inmediatas. Nada de eso se hizo. Se sacralizaron metas parciales, enfoques cotidianistas y luchas simplemente reformadoras, y eso fue todo, en el mejor de los casos. En el peor emergen como operaciones políticas e ideológicas urdidas desde el poder del Estado para realizar maquiavélicas operaciones de ingeniería social, tal es el caso de la contracultura, el movimiento hippie, al “antirracismo”/racismo antiblanco y varios otros. Así se pretendió negar a la revolución todo futuro.

          Hoy, cuando ese futuro malogrado se ha hecho presente, tenemos que reclamar a los nuevos (ya viejos y seniles, en realidad, como se dijo) movimientos sociales que reconozcan sus errores y nocividades, rectifiquen su discurso y programa y se adhieran al proyecto de revolución integral.

          Ahora, con la gran crisis de las sociedades europeas, es probable que se constituyan condiciones objetivas para la revolución, no de inmediato, pero sí en los próximos decenios. Por eso es necesario repudiar el proyecto socialdemócrata y neo-reaccionario de los movimientos sociales, por lo demás, cada día más marginales y anticuados en todos los sentidos.

          Hay un motivo más para realizar su crítica. Reside en que su mitificación, realizada más allá de toda medida, toda prudencia y toda consideración ética, atenta contra la creatividad, autonomía y mismidad de la juventud actual, a la que se presentan acontecimientos y formulaciones de hace ya medio siglo como los modelos a seguir e imitar de manera obligatoria, hoy y siempre. No.

          Cada generación tiene que buscar sus propios caminos y desarrollar renovados enfoques, contenidos y modos de compromiso e intervención. La juventud de la hora presente puede ser casi cualquier cosa menos dócil, imitativa y seguidista, pues las circunstancias sociales y la evolución de los factores de la conciencia han constituido un escenario global bastante diferente al de entonces. En consecuencia, el texto que el lector o lectora tiene ante sí busca fomentar el impulso creador en una juventud que, por el momento, lo posee en escasa medida, infortunadamente.

          Ya metidos en esta materia conviene decir que una acerada acusación contra los movimientos es, precisamente, el conformismo y no-creatividad, en todos los terrenos, de la juventud actual. Ésta es una masa pasiva y repetitiva, escasamente creativa, más bien conservadora y bastante resignada, meramente preocupada por su supervivencia material, lo “práctico” y lo cotidiano. Dado que los disvalores y las metas deleznables de los nuevos movimientos sociales son los oficiales de la actual sociedad, en la experiencia se evidencia cuál es su verdadera significación y propósitos.

LOS ORÍGENES

          El momento de su eclosión son los años 60 del siglo XX, en particular el célebre mayo francés de 1968[1]. Lo que fue objetivamente poca cosa, los acontecimientos acaecidos en esas fechas sobre todo en París, contrasta con el mito que se ha creado, colosal y verborreico, aunque hoy casi del todo olvidado, al haberse puesto en evidencia su pedestre naturaleza[2].

          En su nacimiento, algunos de los movimientos sociales europeos (y también estadounidenses, aunque de otro modo) tuvieron una significación hasta cierto punto positiva, al romper con la hegemonía de los partidos comunistas. Tras su claudicación al final de la Resistencia contra el nazi-fascismo (en nuestro país, lo equivalente es la fúnebre actuación del partido comunista en la guerra civil y luego en la Transición), el fracaso de las sociedades “socialistas” del Este europeo y el conformismo socialdemócrata de aquéllos en el día a día[3], era necesario abrir una vía de superación de una situación estancada.

          Varios de los movimientos sociales fueron un ensayo en esa dirección, pronto fallido, pero inicialmente esperanzador.

          Su programa es más implícito que explícito, centrado en la ilusión de cambio sustantivo sin revolución. La meta era (es) vivir “mejor” aquí y ahora, bajo la dictadura del capitalismo y el ente estatal, supuestamente resolviendo bajo ésta y con ésta ciertos problemas específicos, sectoriales, domésticos y parciales, los únicos que debían concitar preocupación y movilizaciones.

          La enunciación subyacente a los neo-movimientos es que, considerando la enorme prosperidad del capitalismo en los decenios posteriores a la II Guerra Mundial, se había creado una situación social del todo maravillosa e irreversible, en la cual los problemas fundamentales ya estaban resueltos, sobre todo el de la estabilidad y prosperidad material, por lo que sólo quedaba superar algunas “imperfecciones” del sistema para realizar “la utopía” …

          Si la instauración de la sociedad de consumo y el Estado asistencial hacían, según ellos, “imposible” la revolución, la lucha reformista tenía que marcarse como meta cuestiones parciales e inmediatas no esenciales, dejando intocados los grandes problemas, el de la libertad, la verdad, la vida del espíritu, el saber cierto, la autonomía de la persona (negada por el Estado de bienestar), la convivencia, la autoconstrucción del sujeto, la estética y el eros, además del sentido global de la vida y los decisivos asuntos existenciales.

          Con una u otra formulación los movimientos sociales manifestaban su enamoramiento de lo medular del orden constituido, su incapacidad para pensar una sociedad que superara a la del capitalismo, su aceptación de la estatización acelerada, su indiferencia ante lo probablemente más aterrador, la destrucción de la esencia concreta humana. Por eso deben ser calificados de conservadurismo populista y nueva reacción[4], por cuanto oponen las reformas a la revolución, declarando a aquéllas “posibles” (esto es, deseables) y a ésta “imposible” (vale decir, indeseable).

          La necia fe en que la prosperidad material de esos años (en verdad, artificial, engañosa y transitoria, por tanto, inviable a largo plazo, como se expresa en la grave crisis económica actual de las sociedades europeas) y el desarrollo tecnológico habían resuelto los problemas más primordiales manifiesta su mediocridad intelectual, ética, estética y emocional. Con su ascenso se creó la apoteosis de la nada movilizada, que anonada en la forma de gentes arrastrando pancartas, vociferando consignas y repartiendo panfletos.

          Los nuevos movimientos sociales más conocidos son el ecologista, el feminista, la contracultura, el hippie y el pacifista. Cuando nacieron, aunque bastante vacuos, no tenían la carga de integrismo progresista, dogmatismo paralizante, dependencia institucional e inclemente reacción que luego han ido alcanzando, en especial alguno de ellos. Poco después fueron llegando el antirracismo, gays y lesbianas, fervor por los orientalismos, decrecimiento, antiglobalización y algunos otros. Los más vinculados al Estado y a las Fundaciones de las grandes empresas han devenido finalmente en religiones políticas, a sólo un paso de la extrema derecha, en particular el feminismo neo-patriarcal. Otros han promovido formaciones afectas a la ley y el orden de la forma más decidida, como el Partido Verde Alemán, ahora uno de los principales puntales del imperialismo y el capitalismo germanos. Fuera de este estudio queda el movimiento estudiantil al ser, junto con el movimiento obrero, anterior y por tanto no clasificable como “nuevo”, y algún otro.

          Algunos de los nuevos movimientos tenían y todavía tienen elementos apoyables, que deben ser rescatados porque son valiosos, aunque el ideario y modo movimentista de estar y pensar, tan socialdemócrata, contrarracional, nihilista y deshumanizado, lo ensucia y daña todo.

SU NATURALEZA

          Son especializados y sectoriales, preconizando que la respuesta a la parte es remedio a los problemas del todo. De esa manera el sujeto resulta mutilado, desustanciado y desmovilizado, pues sólo el pensamiento sobre la totalidad finita y la acción holística resulta apto para tratar las grandes cuestiones (colectivas, individuales y existenciales) y permite la autoconstrucción de la persona. En una sociedad burguesa en que la especialización deteriora sustantivamente al individuo ofrecer más especialización con el señuelo de “subvertir el orden constituido” es un contrasentido.

          Podría añadirse que, por su propia naturaleza, la revolución es holística y el reformismo especializado. En consecuencia, todo lo sectorial y parcial, por su misma naturaleza, resulta ser integrador, burgués. En los movimientos sociales, además, fueron (y son) fabricados seres parcelados en vez de sujetos totales. Es un modo de contribuir a la creación seriada y en cadena de los seres nada que el orden constituido necesita.

          Lo más constatable en la militancia movimentista es su baja calidad humana. Los movimientos, además de ser una vía para apartar de la práctica revolucionaria e impedir la reflexión vivencial y actuante sobre las grandes cuestiones de la condición y el destino humanos, son un procedimiento para triturar a la persona, un ámbito para la deshumanización.

          Eso, además, se realizaba y realiza (en los movimientos que todavía permanecen) por medio de las siguientes malas nociones y malas prácticas: 1) activismo continuado y permanente; 2) aislamiento de la realidad y de las clases populares, para llevar una existencia de secta, de gueto, marginal; 3) rechazo de la noción de virtud personal y virtud cívica en tanto que autoconstrucción del yo/nosotros; 4) admisión acrítica de dogmatismos, fanatismos y monodiscursos supuestamente “antisistema” fabricados por el sistema; 5) aversión a las categorías de esfuerzo, servicio, deber autoimpuesto, autodisciplina y sacrificio, por adhesión al hedonismo burgués; 6) incapacidad de sus adherentes para tener otro punto de vista que no sea el del ego, nunca el del «nosotros» y jamás el de la totalidad, de donde resultan sujetos autistas; 7) reduccionismo mental e intelectual extremado, hasta comprimirlo todo en panfletos de 20 líneas y lemas para pancartas; 8) ansia de recibir y no dar, de pedir y no ofrecer, de servirse en vez de servir; 9) negación del autocuestionamiento, de la reflexión sobre los propios errores, del esfuerzo personal por autoconstruirse desde los desaciertos; 10) universalización de la cosmovisión del desamor y el aborrecimiento universales, que hace del individuo un mutilado emocional y un solitario infecundo; 11) pérdida teorizada del afán de hacer bien las cosas, de cultivar la cortesía, de hablar y estar con elegancia, de dotarse de encanto personal desinteresado, de estetizar y erotizar la vida, en lo que ha sido una explosión de mediocridad, chabacanería, suciedad, fealdad, indignidad, deserotización, vagancia, indisciplina, egotismo, embrutecimiento y parasitismo; 12) repudio y demonización de las prácticas, a menudo milenarias, sobre autodominio, fortalecimiento de la voluntad, renuncia, ascesis, silencio y abnegación; 13) preferencia por la autocomplacencia, el victimismo, la irresponsabilidad y el narcisismo neurótico; 14) reducción de la existencia a fiesta, jugueteo, futilidad y pseudo-diversión lúgubre[5], lo que degrada al sujeto al hacer de él un-una menor de edad entontecido e inhábil para la vida[6]; 15) eliminación de toda manifestación de épica, pasión, honor, sacrificio y heroísmo, de donde resulta el desmoronamiento interior de la persona.

          De los movimientos, como balance final, ha surgido el fortalecimiento del régimen de dictadura estatal y capitalista y una catástrofe de la calidad del sujeto. Esto se explica porque el todo es el ámbito de lo humano, de manera que confinar a la persona en la parte es destruirla en tanto que persona, cuyos atributos son la transcendencia, la totalidad, la centralidad de lo espiritual, la magnificencia de lo corporal y la sublimidad en actos.

          En lo referente al sujeto, los movimientos se unifican en torno a una noción-meta destructiva y deshumanizadora, “el logro de la felicidad[7], para convertir a cada una y cada uno en un buen burgués, gozador, orondo y tan satisfecho con su mezquina existencia que sea un conformista y un bien integrado en el sistema de dominación. La felicidad como finalidad es demagogia existencial, pues el ser humano no está hecho por la naturaleza para el goce y el disfrute, salvo como experiencias ocasionales y limitadas, legítimas en tanto que tales, pero de una importancia menor. Su destino es, también, experimentar el dolor, la tensión, la angustia, la lucha permanente y la muerte. Somos finitos, somos mortales, y eso determina nuestras vidas.

          Los y las mercaderes de felicidad, además de degradar mentalmente al individuo, al negarle las metas sublimes: la libertad, la excelencia moral, la verdad, el amor, la responsabilidad, la fortaleza interior, el heroísmo, la revolución integral, le hacen todavía más infeliz y doliente, al prometer lo que no es posible de alcanzar y al dejar inerme a la persona ante la neurosis y angustia que ocasiona estar minuto a minuto, durante toda la existencia, pendiente de si “yo” estoy logrando o no paladear, absorber y apropiarme de toda la felicidad posible aquí-y-ahora. Lo óptimo es cumplir las metas auto-impuestas, desentendiéndose de si hay felicidad, infelicidad o alguna situación intermedia. A esa indiferencia ante la felicidad y la infelicidad se puede denominar estado de afelicidad.

          La demagogia de la felicidad como meta, además de mutilar a la persona, es vía hacia formas extremas de infelicidad, no necesarias y no deseables. Una sociedad que carezca de otro objetivo que realizar la felicidad de sus integrantes está enferma y en descomposición. Los nuevos movimientos sociales, en todo lo importante conformistas y burgueses, carecen de cualquier otra meta. Por eso han sido y son una contribución a la deshumanización general.

[1] Los antecedentes inmediatos, así como las expresiones sustantivas de los movimientos reivindicativos (no revolucionarios y en ocasiones anti-revolucionarios) de los años 60 son estudiados en “Las nuevas izquierdas europeas (1956-1976)” Massimo Teodori, III volúmenes. Un clásico es “Les origines du gauchismo”, Richard Gombin, que recoge textos de varios de los ideólogos más notorios del  “radicalismo” de aquellos años.

[2] Un resumen de los hechos, que permite aquilatar lo que objetivamente fue el mayo francés, un acontecimiento de naturaleza no-revolucionaria y mediocre significación, se encuentra en “Mai 68 au jour le jour”, Michel Gomez. También, “Francia: Mayo del 68: “No es más que el comienzo…””, VVAA (el autor principal es el “Movimiento 22 de Marzo”, un grupo anarquista parisino de aciaga ejecutoria en aquellos años, cuyo jefe fue Daniel Cohn-Bendit, hoy un político de la derecha socialdemócrata y ecologista). Para la contracultura en EEUU el mejor estudio empírico sigue siendo “The movement and the sixties”, T. H. Anderson. En mi libro “La democracia y el triunfo del Estado. Esbozo de una revolución democrática, axiológica y civilizadora”, se trata algo sobre los nuevos movimientos. Al respecto de mayo del 68 y del resto de los iconos de dichos años se ha hablado de “subversión domesticada” y de “comercialización del inconformismo”. A aquél se le ha tildado también de “revolución frívola”, “revolución desde arriba” y “parodia”. Lo cierto es que casi todos sus jefes y jefas son hoy o políticos institucionales o acaudalados empresarios… Una versión nostálgica, y por eso todavía más penosa, es “1968. El año que conmocionó al mundo”, M. Kurlansky, 2005.

[3] Para este asunto consultar una obra clave en la historia del Partido Comunista de España, “Después de Franco, ¿qué?”, 1965, del entonces jefe máximo de ese partido, Santiago Carrillo. Lo que ofrece es sustituir la dictadura fascista por una dictadura parlamentarista, la actualmente existente, para preservar los intereses fundamentales del poder constituido, político, militar, académico y económico.

[4] Un libro que ha ido bastante lejos, aunque no lo suficiente, en evidenciar el carácter sustantivamente reaccionario de los movimientos sociales de los años 60 del siglo XX, a los que considera una añagaza para instaurar la sociedad de consumo, es “La conquista de lo cool. El negocio de la cultura y la contracultura y el nacimiento del consumismo moderno”, A, Decay. En mi blog, http://esfuerzoyservicio.blogspot.com/, se encuentra una reseña. Una creencia propia de los años 60, la “liberación de los impulsos”, además de ser una fórmula para convertir a la persona en incansable consumidor, introduce un grave factor de mutilación del sujeto, al reducir la vida psíquica a lo volitivo heterónomo y lo emotivo programado, dando de lado el resto de capacidades y funciones, la reflexiva, sensible, afectuosa, ética, desprendida, de autodominio, entrega y varias más, todas ellas decisivas para la realización holística de lo humano.

[5] Remedando un dicho similar, podría decirse que no se divierte y festeja quien quiere sino quien puede. Así es, el universo de los movimientos y la contracultura, al destruir a la persona, anular la vida emocional y arrasar la convivencia, elimina el fundamento mismo de un tipo de fiesta y diversión que realmente sean gratificantes, exaltantes, auténticas. Por eso quienes militan en ellos, aunque están obsesionados con “pasarlo bien” muy pocas veces lo consiguen, de ahí que en su impotencia y desesperación acudan con bastante frecuencia al alcohol y las drogas. Una indagación sobre la diversión en nuestro pasado inmediato que ilumina esta cuestión hoy es “Reflexiones sobre la fiesta popular de la sociedad rural tradicional”, en mi libro “Naturaleza, ruralidad y civilización”. Recuperar lo festivo y lúdico es una de las metas de la revolución integral, pues ninguna sociedad puede ni debe prescindir de ello. Ahora, el ser nada de la contemporaneidad, en parte construido por y desde los nuevos movimientos sociales, no sabe divertirse como no sabe trabajar. En suma, no sabe vivir.

[6] En “Breve tratado de ética” Heleno Saña desmonta, con su habitual elegancia y saber filosófico, las tesis de Herbert Marcuse, uno de los ideólogos de la contracultura y los movimientos, sobre que la vida debe ser juego y sólo juego, con lo que nos devuelve al jardín de infancia, haciéndonos inmaduros sempiternos, niñas y niños para siempre, incapaces para todo, también para luchar por la libertad. Que tales formulaciones hayan sido tomadas en serio por los movimientos pone en evidencia su naturaleza autodestructiva y deshumanizante, de huida de la realidad hacia un degradado existir en pos de la ataraxia y el nirvana, esto es, de la no-vida y la muerte.

[7] Un libro acerca de los movimientos de los años 60 y 70 que pone bastante énfasis en que la felicidad aparece como la meta y finalidad principal de todos ellos es “La cultura del underground”, II tomos, Mario Maffi. Una negación al mismo tiempo filosófica, existencial y política de la idea gozadora y felicista en las sociedades contemporáneas se encuentra en mi trabajo “Crítica de la noción de felicidad y repudio del hedonismo. Elogio del esfuerzo”, en el libro “Seis estudios”.

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