Teoría de las catástrofes y catástrofes reales

Cuando expongo lo central de la realidad contemporánea y sus consecuencias, las anomalías hídricas y climáticas, el colapso demográfico, el derrumbe productivo del megacapitalismo, la nueva guerra imperialista entre China-Rusia y EEUU-OTAN-UE, el crecimiento en flecha del Estado total policial, la degradación moral, ya completa, del individuo y el cuerpo social, etc., el auditorio tuerce el gesto. Quieren optimismo fácil, descripción de un futuro color de rosa. La realidad, tal cual es, los asusta, los provoca ansiedad y sufrimiento…

Pero la historia abunda en catástrofes, en dolor inmenso, en terribilidad. Los europeos llevamos más de medio siglo de “sociedad de consumo”, paz y vida supuestamente cómoda, y muchos creen que esto va a ser eterno. Pero ya es una anomalía histórica agotada. La fase anterior, 1914-1950, en Europa fue de guerras, violencia, hambre, sufrimiento…

Ciertamente, de poco han servido tantas maravillas y prodigios, pues la infelicidad se palpa en el ambiente, el entontecimiento es universal, hay una pugna social para ver quién es más servil hacia el poder, la depresión y el suicidio prosperan, el sufrimiento, en todas sus manifestaciones, es desproporcionadamente intenso, y la calidad de las personas se ha derrumbado…

Lo cierto es que no existe la evolución necesariamente a mejor, el avance paso a paso, la mejora desde la estabilidad, la serenidad y el goce, todo ganancias y sin ninguna pérdida. Existen las catástrofes. Antes de las fases de avance social efectivo adviene un periodo, a veces durante muchos decenios, de caos, hambre, violencia, matanzas, sufrimiento y horror.

La historia humana no admite las interpretaciones bobamente “optimistas” y el futuro no es necesariamente mejor. No hay un paraíso al final de la historia y, desde luego, hoy no vivimos en uno. Los vendedores de paraísos son los peores canallas, pues engañan a las gentes para sobredominarlas.

El mundo físico-natural y las sociedades (también los individuos) avanzan por medio de catástrofes, de conmociones colosales en las cuales todo se remueve y todo se derrumba para volver luego a reconstruirse. Tal es la teoría de las catástrofes de René Thom, aunque no la extiende a la historia y el presente de las sociedades humanas, reduciéndola al ámbito de la geología, la física, etc. Pero su validez es universal.

Así pues, en las sociedades, las catástrofes, los apocalipsis, son inevitables. Cada cierto tiempo acontecen, con independencia de la voluntad de los individuos. Por tanto, hay que estar preparados para convertir esos acontecimientos luctuosos, terribles, en revolución.

En efecto, hay edades apocalípticas, en las que los cuatro jinetes vuelven a cabalgar; el hambre, las enfermedades, la guerra y el caos. Y ahora se aproxima un tiempo apocalíptico. En realidad, ya está aquí, aunque en su fase inicial.

La calidad humana de las gentes en las sociedades actuales, del bienestar y los “derechos humanos”, está bajo mínimos. Es un contingente humano que no sirve para nada ni es apto para nada, incluida su propia supervivencia en situaciones límite. Su destino es, si no se autorreforma, perecer en masa en las futuras calamidades. Porque la precedente situación de abundancia material, Estado de bienestar, ausencia de problemas, prosperidad y comodidades, han embrutecido, degradado y entontecido, debilitado, castrado y subhumanizado al individuo.

En consecuencia, una gran conmoción planetaria, el desencadenamiento de un nuevo y mucho más tremendo apocalipsis, es la vía eficiente hacia una posible regeneración, pues el embrutecimiento holístico que ha producido el bienestar del medio siglo último quizá se cure con muchos años de dolor. Es posible que sea así, pero ni siquiera eso es seguro…

Hay que: 1) comprender lo que va a venir y ya está aquí, curándose de ilusiones progresistas, equilibradas, fáciles y hedonistas; 2) entender lo positivo de lo negativo, en el futuro, y lo negativo de lo (supuestamente) positivo, en el pasado; 3) dotarse de una personalidad y un código moral acorde con las nuevas condiciones; 4) evitar cualquier manifestación de temor por lo que se está desencadenando, conforme al mandato apocalíptico clásico, “no temas por lo que has de sufrir”; 5) repudiar y denunciar a los vendedores de soluciones fáciles y utopías color de rosa; 6) unirse y agruparse (en la RI, por ejemplo) con espíritu fraternal y combativo, para vivir unidos el futuro, construyéndolo y creándolo en clave positiva; 7) ir acostumbrándose de todos los modos posibles al sufrimiento, como argüían los filósofos cínicos[1], formándose como sujeto épico y combatiente. Se trata, en resumidas cuentas, de autoforjarse una personalidad de acero.

Porque cuanto mayor y más múltiple es la tiranía, más grande es la degradación de la persona media y más tremenda resulta ser el desplome y descomposición de las sociedades. Por eso, la gran crisis que llega tiene como características que se da en el plano mundial, no local, y que va a ser, con mucho, la mayor padecida por la humanidad. Tanto, que existe el riesgo de que nuestra especie perezca en ella, que no sobreviva.

Al mismo tiempo, por su propia brutal intensidad y rotunda totalidad, va a despertar, suscitar e impulsar las muy poderosas fuerzas interiores existentes en el individuo y el cuerpo social, capaces por si mismas de imponerse al caos, a la catástrofe y al apocalipsis, fundando una nueva sociedad y dando origen a un nuevo ser humano, todo lo cual será un paso adelante fabuloso y magnífico en la historia de la humanidad. Esta es la otra posibilidad de lo por venir, por la que yo apuesto con actos.

[1] Antístenes, el fundador de la escuela cínica, y Diógenes, su más conocido integrante, tienen frases rotundas y sonoras contra el hedonismo y el placerismo. Porque es de sentido común que cuando se lucha por la libertad y por una Sociedad de la Libertad ha de ponerse en lo más alto la épica, el esfuerzo y la voluntad de epopeya, no el pancismo burgués y mediocre. En Grecia, como en todas partes, los hedonistas, felicistas, epicúreos y placeristas constituyeron la falange de la reacción, enfrentados con Sócrates, los cínicos y un sector de los estoicos, alineados a favor de la revolución, a quienes se sumaron posteriormente los primeros cristianos. Hoy sucede lo mismo. Que toda la intelectualidad funcionarial contemporánea, toda sin excepción, sea hedonista y epicúrea, muestra su real naturaleza política, su liberticida condición. Lo que irá sucediendo va a poner a cada cual en su sitio.